Mujeres (no sólo) en tiempos de pandemia
Tomás Sánchez Valenzuela @TomasSanchezV
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Tomás Sánchez
Tan burdo como interesante era el meme que mostraba cómo los países que estaban teniendo mejores resultados contra el coronavirus eran liderados por mujeres. Semanas después, uno de ellos, Nueva Zelanda, anunciaba ser el primero en eliminar los contagios locales. ¿Será causalidad? Difícilmente comprobable. Pero quizás, más que sólo correlación, sí puede que haya un reflejo: no de que líderes mujeres hayan llevado sus países a superar esta crisis, sino de que países que eligen líderes mujeres son más exitosos. Parecido, pero no igual. Es decir, sociedades que son capaces de elegir mujeres, tienen algo diferente que también les ha ayudado en este desafío.
La monogamia, más allá de los aspectos religiosos, tuvo efectos culturales y evolutivos importantes. Esto se tradujo en sociedades con, literalmente, menos testosterona y, por lo tanto, menor cantidad de conflictos, gracias a hombres menos propensos a pelear entre ellos. Así fue como un dogma religioso se transformó en una ventaja evolutiva para construir civilizaciones más estables. Hoy no es noticia cómo en los últimos siglos, y aceleradamente en las últimas décadas, hemos transitado desde una sociedad y economía en torno a la fuerza, a una basada en el conocimiento. La fuerza laboral transitó de la agricultura a la industria y después a los servicios, mientras la mujer se ganaba un espacio en la vida pública y política, haciendo valer el intelecto y quebrando con milenios de tradición en torno a la ley del más fuerte.
Hoy nos enfrentamos a una sociedad y organizaciones cada vez más complejas, donde la fuerza no hace la diferencia, pero sí las diferentes habilidades cognitivas. Debido a diversas causas como aspectos biológicos, herencias antropológicas o injerencias culturales, las mujeres tienden a destacar en ciertas capacidades y cualidades que necesitamos como sociedad hoy: una comprensión diferente frente a los problemas, donde el análisis no es únicamente lineal sino que más holístico, abarcando aspectos sociales y particulares de las personas involucradas.
En un mundo donde la información desborda en Internet, la carencia que tenemos hoy es de entendimiento y empatía. La capacidad de diálogo y de forjar acuerdos, es un arte más cercano a la inteligencia emocional, que a la sobrevalorada lógica. Debatimos de economía sobre la piedra angular de que los humanos somos racionales, mientras no somos capaces de contar la cantidad de decisiones emocionales o por intuición que tomamos la última semana.
Probablemente sociedades que han aprendido a cooperar y a pensar en el bien de todos sus integrantes, dejando de lado ganancias individuales de corto plazo, son aquellas que han sabido ser más exitosas frente a un enemigo novedoso e invisible como el coronavirus. Países que son capaces de escucharse y debatir sanamente para llegar a mejores soluciones, puede que tengan una ventaja frente a un futuro incierto, siendo capaces de adaptarse mejor.
Entender que la economía tiene mucho de política, y viceversa, es análogo a entender que la legitimidad del proceso es tan importante como el resultado. Es un quiebre con un mundo excesivamente cartesiano, donde todo se entendía y resolvía a punta de disección y causalidades simples, para sólo venerar el resultado. Madurar implica comprender que el mundo es más complejo, que la experiencia enseña más que los libros y que los dogmas también pueden cegar a sabios. Evolucionar como sociedad pasa por aceptar que necesitamos más mujeres.