¿Y ahora qué?
Sergio Lehmann Economista jefe banco BCI
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Sergio Lehmann
El año recién terminado fue tremendamente intenso, marcado por la incertidumbre política, la polarización y el populismo. A lo anterior se sumó la pandemia -si bien en Chile, para efectos de su control, somos campeones mundiales-, que todavía no queda atrás. Más aún, la situación sanitaria en países desarrollados se ha complejizado en lo último.
2022, qué duda cabe, va a ser extremadamente desafiante. Las políticas más bien miopes y mal diseñadas en el último año, sumadas a las propuestas de reforma del gobierno electo (a pesar de que se moderaron de forma significativa de cara a la segunda vuelta), han generado alta incertidumbre, lo que se ha traducido en una elevada volatilidad en los mercados y postergaciones de nuevas inversiones.
A ello se agrega una política económica que será restrictiva en los próximos dos años, de forma de realinear la actividad con nuestra capacidad efectiva de producción. De lo contrario, la inflación se perpetuará con el daño resultante en el bienestar de las personas, especialmente en los sectores más vulnerables. Esto significa que la política monetaria, con tasas de interés más elevadas, buscará contener la demanda interna, y particularmente el consumo, que en 2021 creció de forma desenfrenada.
Por el lado del gasto público, es urgente reducirlo, de manera de recomponer la responsabilidad fiscal. De acuerdo con el Presupuesto 2022, éste disminuirá 22%, tras subir cerca de 30% en 2021. De hecho, fuimos de los países más agresivos en el mundo en el uso de recursos públicos para enfrentar la pandemia, más allá de lo prudente, por lo que tal osadía obliga a ajustes potentes en los próximos años. De no hacerlo, los premios por riesgo asignados a nuestro país subirán con fuerza, elevando los costos de financiamiento de la economía, lo que lleva a una caída en el crecimiento y un menor bienestar social.
En consecuencia, los próximos años serán, en el mejor de los casos, más bien mediocres en materia de crecimiento. Asimismo, las perspectivas hacia el largo plazo también muestran signos de un marcado deterioro, consecuencia de la baja inversión y muy limitada productividad. Ello se dará en un contexto en que las expectativas en el ámbito social que se han instalado respecto al gobierno de Gabriel Boric parecieran ser desmedidas, dada nuestra realidad económica.
Ello llevará a fuertes presiones, particularmente de sectores radicales, o, como ha sido la tónica en los últimos años, de autoridades que no reconocen el valor de lo técnico y del diseño bien fundamentado de las políticas económicas. Ahí se verán el liderazgo y convicciones del futuro Presidente en cuanto a sostener los equilibrios macro y potenciar nuestra capacidad de desarrollo.
La única manera de avanzar, aunque algunos no quieran reconocerlo, es a través del diálogo y los acuerdos. Como bien se ha reconocido del círculo cercano del Presidente electo, en Chile existe una amplitud de miradas. Acorde con ello, es necesario buscar puntos de encuentro de forma de implementar reformas consensuadas, bien fundamentadas y sostenibles, que abordar las necesidades que reconocen rezagos, como son pensiones, salud, vivienda y educación.
De no buscar estos caminos, veremos comprometidos la confianza y el crecimiento, generando mayor frustración y desencanto. Ya hemos pagado un enorme precio por ello, y a pagarlo hará imposible el sueño de alcanzar el desarrollo. Arriesgamos, entonces, convertirnos en una nueva promesa fallida, la triste realidad que ha representado América Latina en las últimas décadas.