Saber cuándo permanecer en silencio en las reuniones es una virtud
Pilita Clark
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Pilita Clark
Cuando el New York Times anunció que un hombre llamado Joe Kahn sería su próximo editor ejecutivo, hice lo mismo que muchos periodistas que conozco y me apresuré a leer sobre él.
Mi artículo favorito, en la revista New York, reveló, entre otras cosas, que Kahn es un conocedor de vinos adinerado que habla mandarín y vive en un edificio de apartamentos de Manhattan que se dice que alguna vez albergó a Marlon Brando.
“Algunas de las personas más inteligentes rara vez hablan en reuniones de trabajo, pero todos escuchan cuando lo hacen”.
Pero había algo más. Según la revista, “en las reuniones de noticias, que a menudo son un ejercicio de adulación de los jefes, Kahn comenta con moderación”.
¡Perfecto! Pensé, agregando mentalmente a Kahn a una lista de personas que dicen precisamente lo que deberían decir muchos más participantes de la reunión: muy poco.
Uno de los muchos aspectos positivos de trabajar en un periódico son los implacables plazos de entrega. Dificultan la vida de los indecisos, quienes hablan interminablemente en las reuniones porque, en términos generales, simplemente no hay suficiente tiempo.
Por desgracia, éste no es el caso en otros lugares. Más aun, los estudios muestran que en una reunión típica de seis personas, más del 60% de la conversación es dominada por sólo dos personas.
Para aquellos obligados a sentarse y escuchar, la experiencia puede ser dolorosamente tediosa. No es de extrañar que la visión de una persona exitosa, pero tranquila, en una reunión a menudo se considere digna de comentario. Afortunadamente, Joe Kahn no es el único.
Poco después de que Joe Biden asumiera la presidencia de Estados Unidos el New York Times publicó un extenso relato de cómo trabajaba y en quién confiaba más en la Casa Blanca. Uno de sus principales asesores políticos era Mike Donilon, su consejero desde hace mucho tiempo que ha sido descrito como la “conciencia, el alter ego y el cerebro compartido” de Biden.
En las reuniones, informó el Times, Donilon “tiende a permanecer mayormente en silencio hasta el final de una discusión, momento en el que Biden a menudo acepta cualquier punto que haya planteado”.
Donilon no es de ninguna manera el primer Washingtoniano tranquilo, pero influyente. Dick Cheney a menudo fue llamado el vicepresidente más poderoso en la historia de EEUU cuando sirvió bajo George W. Bush de 2001 a 2009.
Como lo expresó un informe de noticias en 2004, Cheney era conocido por su capacidad para guardarse sus pensamientos y sentimientos. “Los expertos de la Casa Blanca dicen que rara vez habla en las reuniones y muestra poca reacción a los comentarios de los demás”.
Otro ejemplo es Sir Simon Stevens, el exdirector ejecutivo del Servicio Nacional de Salud (Reino Unido). Entre los muchos elogios que recibió cuando renunció el año pasado, se destaca uno de un exjefe, Jeremy Hunt, exsecretario de salud.
Hunt dijo que Stevens era un “operador formidable” que tenía el don de “permanecer en silencio en las reuniones a menos que tuviera algo importante que decir, una cualidad rara en Whitehall”.
Por supuesto, hay una muy buena razón para hablar mucho en las reuniones, especialmente para aquellos de nosotros que carecemos del elevado título de vicepresidente o director ejecutivo: puede hacerte lucir más como un líder.
El vínculo entre cuánto tiempo habla una persona y su autoridad está tan bien establecido que algunos investigadores lo llaman la “hipótesis del balbuceo” del liderazgo.
El efecto parece ocurrir independientemente de la inteligencia o la personalidad, según un estudio que me mencionó la semana pasada Madeleine de Hauke, una consultora que ayuda a las organizaciones a realizar reuniones más productivas.
Ella señala que permitir que las personas que hablan demasiado dominen una reunión es contraproducente. Fomentar la innovación, por ejemplo, requiere diversidad de pensamiento. Pero si las reuniones están dominadas por una minoría ruidosa, “no importa si tienes una fuerza laboral fantásticamente diversa, no obtendrás diversidad de pensamiento”.
Ése es un enfoque útil y le da peso a una idea que encuentro atractiva: reuniones silenciosas. En lugar de realizar una tormenta de ideas verbal, los participantes escriben ideas y pensamientos que se colocan en una pizarra de una manera que no identifica de quién son, y luego se discuten. Se dice que el proceso galvaniza a los introvertidos y neutraliza a los parlanchines.
No funcionaría para todos los tipos de reuniones, pero mientras tanto, hay un viejo dicho que a muchos de los asistentes a las reuniones deberían tener en cuenta. Es mejor permanecer en silencio y arriesgarse a ser tomado por tonto, que hablar y no dejar ninguna duda.