Terminado el trámite de la reforma de pensiones habrá gente sorprendida por la disparidad de opiniones sobre sus efectos. Hay quienes la criticamos con argumentos técnicos, apuntando al debilitamiento de las pensiones futuras, pero prevaleció la opinión de que había que poner término de una vez a esta discusión y aprobar un discreto aumento de las pensiones actuales, aún a costa de introducir elementos de reparto al sistema. En esa posición estuvo la mayoría de los parlamentarios de Chile Vamos y en la discusión extremaron la retórica para negar que estaban introduciendo reparto al sistema, sin éxito a mi juicio. Rescato del proceso constitucional de la convención una herencia importante: con mi plata NO, clama la mayoría de quienes creen en una economía de mercado, pese a la votación de sus parlamentarios.
“La mayoría de los políticos miran el valor de las pensiones en el horizonte de tiempo en que serán políticos. Si su reforma daña el valor de las pensiones en 20 años, será problema de otros. Esto agrava el problema, en vez de resolverlo”.
¿Por qué, gente que se supone piensa parecido, tuvo diferencias tan importantes respecto al proyecto? Ofrezco una explicación recurriendo al concepto de inconsistencia dinámica. No es sencillo, pero uno de los desafíos de un columnista es presentar de manera entendible para la mayoría un problema complejo. Antes de dejar por un tiempo la discusión sobre pensiones (volverá pronto se los aseguro) considero útil para quienes siguen con seriedad las discusiones de políticas públicas acceder a este concepto.
En cursos de macroeconomía dinámica y también en sistemas complejos en ingeniería, se tratan situaciones del siguiente tipo: hay problemas en que interactúan paralelamente dos o más sistemas. El producido de unos sistemas, afecta a los otros, y viceversa. En un régimen de pensiones, que determina el valor de las jubilaciones en el largo plazo, están interactuando un sistema político (parlamentarios y el Gobierno) que fija las reglas para determinar el valor de las pensiones actuales y futuras; y un sistema económico en el cual diversas variables -tasas de interés, ocupación, aumento de salarios, crecimiento- influyen también en el valor de las pensiones. Hay un tercer sistema, llamémoslo demográfico, con efectos decisivos en el valor de las pensiones (por eso lo separamos del económico), especialmente si el régimen tiene elementos de reparto, pues en el reparto, como ocurrirá en Chile de ahora en adelante, cotizaciones realizadas a algunas personas financiarán pensiones de otras, mientras aceleradamente disminuye el número de trabajadores activos por cada jubilado. Esto condena a los sistemas basados principalmente en el reparto a un desfinanciamiento crónico y de hecho tiene en bancarrota a varios países.
Veamos ahora qué miran los políticos y qué miran los economistas cuando se analiza una reforma a las pensiones. La mayoría de los políticos miran el valor de las pensiones en el horizonte de tiempo en que ellos serán políticos. Así, si se aumenta el valor de las pensiones en el corto plazo, ellos considerarán cumplida su misión. Atendieron a lo que pedía la gente. Si su reforma daña el valor de las pensiones en 20 años más, será problema de otros. Los políticos de mañana tendrán que resolverlo y por instinto recurrirán a la misma solución: subirán las pensiones del momento con más reparto. No hay que ser tan perspicaz para entender que ello agrava el problema en vez de resolverlo.
Por eso, en políticas públicas hay que mirar de manera dinámica los problemas y entender que los horizontes de tiempo de distintos actores difieren, provocando inconsistencias de difícil resolución. Ojalá para la próxima resolvamos mejor.