Perdón
Disculparse, pedir perdón, es de lo más noble del ser humano. Los tristes escándalos al interior de la Iglesia han despertado indignación y una serie de peticiones de perdón, necesarias, justas y oportunas, hacia las víctimas y todos quienes se han sentido heridos por estos atropellos.
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Padre Hugo Tagle
Disculparse, pedir perdón, es de lo más noble del ser humano. Los tristes escándalos al interior de la Iglesia han despertado indignación y una serie de peticiones de perdón, necesarias, justas y oportunas, hacia las víctimas y todos quienes se han sentido heridos por estos atropellos.
Quien pide perdón se enaltece, dignifica y crece. Reconocer los errores propios nos hace más humildes, comprensivos y humanos.
Pero el perdón debe llevar a la enmienda de esas graves conductas. La idea es que no se repitan más. Para eso, hay que tomar algunas precauciones. Ya se ha hablado de una mejor selección de quienes sienten vocación sacerdotal o religiosa; de su acompañamiento y “chequeo” periódico. Al igual que la revisión técnica a los autos o el chequeo médico, el dejarse evaluar y corregir por otro, permite un mejor servicio a las personas confiadas. Nada humillante ni fuera de lo común. Hoy y siempre, necesario y oportuno. Lo mismo vale para todos quienes trabajan con personas, sobre todo con jóvenes y niños. El trabajo con ellos exige dejarse evaluar periódicamente. Hace bien recibir impresiones de otros, asumirlas y transformarlas en una buena autocrítica. Exige ser humilde y saber incorporarlas a la propia conducta. Aprendemos más de las correcciones, por duras que sean, que de las alabanzas.
Los abusos cometidos por personas consagradas, de las cuales se espera una conducta ejemplar, son atroces. Pero haremos bien en recordar que la mayoría de los abusos a menores se producen al interior del grupo familiar o su entorno. No es bueno apuntar sólo a profesores, sacerdotes o médicos, ya que podemos desatender este otro foco, lamentable caldo de cultivo de atrocidades contra los niños. Por lo mismo, hay que ver y saber con quienes se juntan, las personas que los visitan en nuestras casas y a quienes frecuentan ellos.
El papel de los colegios es clave. Sin padres y apoderados que se conozcan más, que sepan de sus hábitos hogareños y prácticas familiares, poco se logra. Y esta confianza nos permitirá aconsejarnos unos a otros, lo que redundará en vivencia más sanas y seguras para sus hijos.
Junto con el perdón pedido por la Iglesia, hay que dar las gracias. En estas duras semanas se ha producido una suerte de catarsis en que ha aflorado también lo noble de los chilenos. Las muestras de aprecio por la labor eclesial son enormes. Miles de chilenos han sabido valorar lo que laicos y consagrados realizan en instituciones de Iglesia, desde colegios, parroquias y capillas, hasta hogares y comedores abiertos. No se trata de resaltar lo que obvio ya que hacer bien la pega es lo evidente. Se trata de servir y ese es nuestro premio. Pero da gusto ver que se aprecia lo que la Iglesia, silenciosa, hace en barrios marginales, entre enfermos, niños, ancianos y pobres. Un aliciente para servir cada vez mejor.