El acuerdo de vida en pareja (AVP) discutido hace unos días en el parlamento, abre desafíos nuevos para la sociedad en su conjunto y nos obliga a revisar nuestra forma de construir sociedad y fortalecer el matrimonio. El AVP ha puesto en evidencia la fragilidad del matrimonio en Chile. Si éste estuviese fuerte y sano, no se levantaría tanta polvareda. Tengo serias discrepancias en relación a la necesidad de la creación de una nueva forma de regulación entre las personas. Ya tenemos suficientes instituciones jurídicas que permiten regular las múltiples formas de convivencia, sin necesidad de buscar una suerte de homologación al matrimonio entre hombre y mujer, el único posible.
Pero no me quiero detener en una figura que, como sea, constituirá una excepción. La inmensa mayoría de los chilenos seguirán casándose con personas del otro sexo y, la verdad, son a las que debemos atender un poco más.
Repito: toda esta discusión nos revela cuan débil está la institución matrimonial en Chile. Tenemos una de las tasas de matrimonio civil más bajas del mundo desarrollado. El promedio de duración no alcanza a los 7 años, vale decir, hay matrimonios que duran apenas un año, incluso solo meses juntos. Han aumentado las convivencias, con los bemoles que eso implica: inestabilidad, incertidumbre, proyecto de largo plazo con más signos de interrogación que certezas.
Solo el matrimonio consciente, el vínculo sellado a firme, nos regala la certeza de planificar y ordenar la vida con proyección de largo aliento; permite planes perennes, sin un supuesto de caducidad implícito en una mera convivencia, “sin papeles” de por medio.
¿Qué sucede que los chilenos no se comprometen? Compleja pregunta. Falta sinceridad, franqueza; mucha promesa incumplida, respuestas evasivas, falta de confianza. Falta valentía para dar un “sí que sea sí”. Las medias tintas no conducen a nada. La felicidad del otro pasa por regalar esa seguridad.
El matrimonio entre un hombre y una mujer seguirá siendo la base esencial de la estructura familiar. La existencia de otras realidades vinculantes no puede llevarnos a desatender la estructura familiar tradicional, por la que opta la inmensa mayoría de los ciudadanos.
Quienes crean en el matrimonio para toda la vida esfuércense en construir familias felices. No basta “empatar el tiempo”, o vivirlo con los dientes apretados. Donde hubo amor, se puede siempre reencantar, aunque parezca que a veces se apaga. Hay que renovar el amor y “buscar amarse”. Ese será el mejor argumento y convincente testimonio para renovar el aprecio por la vida matrimonial.