La casa de todos
Jorge Navarrete P. Abogado
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Jorge Navarrete
Cualquiera sea nuestra opción política, todos sabíamos que el Apruebo se impondría en este plebiscito, aunque la diferencia efectivamente fue una sorpresa para muchos. Pese a las dificultades propias de estos procesos electorales, fue una jornada que nos reconectó con la pulsión cívica y democrática que a ratos parecía habíamos extraviado.
La inmensa mayoría de los ciudadanos concurrió en paz a las urnas, manifestando con libertad su preferencia electoral, dando inicio a un camino que no estará exento de complejidades, las que sólo podremos sortear si somos capaces de prolongar la voluntad y el espíritu del que fuimos testigos y protagonistas ayer.
Contrario a lo que se afirma en muchos análisis, pensar en una nueva Constitución como respuesta a los problemas de legitimidad que afectan a nuestro diseño institucional se inició mucho antes del estallido social. A los diversos desarrollos teóricos e intelectuales de larga data, ya en 2013 se visibilizó la primera acción masiva con el llamado del colectivo “AC marca tu voto”.
Fue así que, meses después y ya en su discurso como candidata electa, Michelle Bachelet adelantaba la intención de iniciar un proceso constituyente; lo que se materializó con posterioridad en un consejo ciudadano de orientación política transversal que condujo la discusión de los Cabildos Ciudadanos. Y aunque no cabe duda de que el “estallido social” aceleró de forma definitiva este proceso, fue justamente la clase política la que dio una salida al difícil momento por el cual atravesaba el país, sentando las bases y reglas para un camino que ayer materializó su segundo gran paso.
Justamente por eso, y faltando a todas las reglas de la corrección política, es que creo debemos también reconocer el esfuerzo de un conjunto de partidos y dirigentes que hicieron posible este camino. Esa clase política, tan vapuleada y criticada, fue capaz de transversalmente llegar a un acuerdo, pagando no pocos costos por la osadía de poner al país por sobre sus legítimas visiones y diagnósticos, señalando un camino que distinguía a los ciudadanos como los principales protagonistas de nuestra democracia.
Muchos de ellos lo hicieron pagando un alto precio, especialmente frente a la incomprensión e intolerancia de sus propias huestes, lo que nos devolvió la esperanza sobre la naturaleza más profunda de la acción política; la que, como bautizó Weber, debe equilibrar la ética del testimonio con la ética de la responsabilidad.
Y por estas horas también, no debe faltar la sinceridad para reprochar a los oportunistas que jamás creyeron en este camino, desacreditando su génesis y legitimidad; pese a que hoy, sin pudor o vergüenza, se declaran satisfechos respecto de este o, peor todavía, se presentan como protagonistas de un itinerario cuyo acuerdo habilitante no tuvieron el coraje de apoyar, ni menos estuvieron dispuestos a suscribir. Enhorabuena que sean más los que se suman a la vía política institucional, como única alternativa posible en democracia; la que, sin embargo, requiere ahora de mayores y más fuertes compromisos.
El más urgente, me atrevería a decir, es terminar con la justificación de cualquier tipo de violencia, erradicando toda coacción que vulnere los derechos fundamentales de los ciudadanos, ya que el éxito del proceso de deliberación que hoy se inicia no debe admitir más fuerza que la que importan los propios argumentos.
Así lo demostraron ayer millones de ciudadanos y ciudadanas, y lo que ahora corresponde es prolongar y profundizar esa promesa.