Juan Ignacio Eyzaguirre
Igualdad. Es la consigna que viene resonando desde la última campaña presidencial. En ella algunos miembros de la Nueva Mayoría proyectan su visión de futuro y justifican las reformas que se están promoviendo. ¡Mayor igualdad de resultados! Claman algunos para empujar la reforma tributaria. ¡Igualdad de género! Es el lema para imponer cuotas en las listas de candidatos al Congreso. Sin embargo, aunque parezca contra intuitivo, ambos anhelos de igualdad son contradictorios. Sí, y dejan en evidencia el absurdo de la igualdad.
Imaginemos un Chile en el que solo las mujeres trabajan. La brecha de ingreso entre los hogares consistiría en la diferencia entre los salarios de las mujeres de cada familia. Si, justificado en la igualdad de género, los hombres pasan a trabajar, la desigualdad de ingresos entre los hogares no mejoraría, sino que empeoraría brutalmente. La brecha crecería más del doble.
Dos características explican este caso. La primera es que las personas tienden a emparejarse con individuos de nivel educacional equivalente y, valga la redundancia, con potencial de ingreso similar. Así las familias doblarían sus ingresos y los más acomodados serían doblemente acomodados. La segunda característica es que en los segmentos bajos las familias monoparentales están sobrerrepresentadas. Los más pobres seguirían siendo igual de pobres. Es justamente lo que sucedió en EEUU en los últimos 30 años. La participación laboral femenina aumentó sustantivamente, lo que contribuyó a pronunciar las diferencias económicas entre los hogares.
Así es como muchos en la Nueva Mayoría no ven los absurdos que esconde la igualdad. Y este sinsentido solo crea incertidumbre cuando tenemos grandes problemas como nación.
Un liderazgo fuerte, inspirado en valores claros, es necesario para superar los grandes desafíos que existen en Chile. La baja participación laboral femenina es una muestra de las magras condiciones para el desarrollo integral de la mujer chilena; y, por otro lado, aún se toleran discriminaciones por origen socioeconómico que coartan las oportunidades que muchos se merecen.
Debemos sustentar nuestra visión de país en valores consistentes que procuren las mejores condiciones de vida de mujeres y hombres. La igualdad no cumple estas condiciones, más bien es un valor poco claro y contradictorio. En su lugar debemos promover una cultura y una sociedad civil que no discrimine por género ni origen socioeconómico, sino que busque el entendimiento y la empatía. Todo ello lo encontramos en el profundo respeto por la dignidad y la libertad humana.