Ética empresarial: pasado que condena
Fernanda Hurtado Gerenta general Fundación Generación Empresarial
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Fernanda Hurtado
En el convulsionado ambiente en que progresa el proceso político actual, subyace la recriminación que la ciudadanía hace de los líderes de todos los ámbitos. La desconfianza con que la sociedad mira a todas las instituciones y a sus líderes, incluyendo al sector privado, no permite decantar un nuevo pacto social. Los casos de corrupción en la política, pero también los delitos cometidos en el ámbito empresarial en las últimas décadas eclipsan cualquier avance del país, por más tangible que sea, en su camino al desarrollo.
Los líderes empresariales no deben quedarse tranquilos mientras su actividad sea rotulada con este estereotipo. ¿Acaso no sirve lo que se ha avanzado? El Barómetro de Valores e Integridad Organizacional de Fundación Generación Empresarial muestra que, hace una década, un poco más de la mitad (57%) de los trabajadores encuestados se desempeñaba en una empresa con auditorías y sistemas de control y gestión, pero en 2020 era casi el 80%. Si hace diez años sólo el 27% tenía líneas de denuncias disponible, el año pasado más de la mitad ya contaba con esta herramienta, por poner un par de ejemplos de los avances tangibles que están implementando las compañías.
El marco regulatorio también se ha ido sofisticando y, además del aumento de las herramientas fiscalizadoras -y en algunos casos sancionatorias- que hoy tienen diversos organismos públicos que velan por la libre competencia, el medio ambiente, los derechos de los consumidores y el funcionamiento normal de los mercados, existen incentivos legales para que las empresas implementen programas de cumplimiento y herramientas que contribuyan a prevenir conductas antiéticas.
El cambio, sin embargo, no es suficiente y tiene que ser más profundo. La cultura de integridad no puede quedar relegada solo al marco legal o a mecanismos que implementen las organizaciones. Los que incurren en malas prácticas -ya sea en el sector privado o público- son personas cuya base moral es deficiente, lo que se evidencia en su interacción con pares con déficits valóricos similares. Como sociedad actuaríamos tarde si esperamos que recién en la vida profesional o política se erradiquen estas malas conductas.
La construcción de una base valórica debe comenzar temprano en el proceso de aprendizaje. La educación -escolar, pero sobre todo la universitaria- no puede prescindir de la formación moral, porque su ausencia condiciona y predispone hacia conductas de riesgo a los profesionales que se desempeñarán en el ámbito privado o público. Además del necesario trabajo que deben seguir haciendo las empresas por permear una cultura de integridad en toda la organización, que parta por quienes la lideran, debemos promover que el proceso educativo -en el que inciden la familia y la comunidad educativa- recoja esta mirada, para que no sigamos escuchando excusas del tipo "es que yo nunca supe" o "en ese tiempo era permitido".
Aunque es un proceso largo, algún día tenemos que partir, si no queremos que el pasado nos siga condenando y defina, sin contrapesos, el futuro de las organizaciones privadas y públicas de Chile.