Las terribles provisiones bancarias
Enrique Marshall, Director Magíster en Banca y Mercados Financieros PUCV, exvicepresidente del Banco Central
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Enrique Marshall
Las provisiones bancarias siempre han producido dolores de cabeza en reguladores y banqueros. En estos momentos, la CMF busca elevar ciertas exigencias y algunos reclaman que no es el momento oportuno, considerando la evolución de la actividad.
Pero, partamos aclarando qué son las provisiones. Son “reservas” que se constituyen con cargo a resultados, para cubrir riesgos esperados en la cartera de créditos, esto es, deterioros que permiten visualizar que tarde o temprano será necesario reconocer pérdidas. En buena medida, la preocupación de los banqueros se relaciona con que el supervisor pueda exigir discrecionalmente provisiones adicionales. En realidad, de ocurrir, ello tiene incidencia sobre los resultados y, sobre todo, sobre los compromisos asumidos con los accionistas y el mercado.
La Ley de Bancos de 1987 entregó al supervisor una facultad amplia para exigir provisiones. Resistida inicialmente por la industria, porque implicaba un cambio relevante en normas y prácticas, esta atribución quedó consagrada y pasó a ser la principal herramienta de fiscalización.
En el mundo, la regulación bancaria siguió un camino algo distinto, focalizándose en los requerimientos de patrimonio. Con ese predicamento se elaboraron las sucesivas versiones de las normas de Basilea. Respecto de las provisiones se debatió mucho hasta donde debían llegar. En las economías avanzadas, un argumento muy extendido fue que las provisiones debían seguir un criterio más bien contable apegado al concepto de “valor razonable” y que la regulación prudencial debía descansar principalmente en los requerimientos patrimoniales.
Otra preocupación esgrimida con frecuencia es la dinámica procíclica de las provisiones. Es sabido que, en la fase ascendente del ciclo económico, los riesgos tienden a atenuarse y los requerimientos de provisiones, a reducirse. Pero en su fase descendente, aquellos riesgos percibidos antes como razonables crecen y, consecuentemente, los requerimientos de provisiones tienden también a subir. Esta dinámica incide adversamente sobre la oferta de crédito, lo que constituye un problema de difícil solución práctica.
Con todo, es interesante advertir que la ralentización del crédito suele generar efectos compensatorios. En nuestro país, la experiencia muestra que los indicadores de solvencia tienden a “mejorar” cuando la dinámica del crédito se debita, debido a una subutilización transitoria del patrimonio. En los últimos tres años, por ejemplo, si bien los indicadores de riesgo y aprovisionamiento se elevaron, el índice de solvencia subió en más de dos puntos porcentuales.
Sin duda, el tema de las provisiones bancarias tiene aristas y complejidades. La única recomendación que me atrevo a formular es proceder siempre con pragmatismo y prudencia, dos cualidades insustituibles de buenos banqueros y supervisores.