En los últimos tres años, a las mujeres de Afganistán se les ha prohibido trabajar, ir a la universidad y visitar los parques y gimnasios. Casi 20 estados de EEUU han declarado ilegal el aborto o lo han vuelto más difícil de obtener. Irán ha sufrido protestas mortales después de que una joven detenida por llevar ropa “inapropiada” murió bajo custodia.
Los estadounidenses han reelegido a un Presidente que hizo campaña contra una rival femenina a la que llamó “retardada”, “discapacitada mental” y “tonta”.
Aunque el apoyo a la igualdad femenina ha aumentado ligeramente, retrocede entre los hombres jóvenes.
Y tenemos a Andrew Tate, el autoproclamado influenciador misógino y defensor de Trump que cree que “todo en el planeta se construyó sobre la base de que una mujer debe obedecer al hombre en la familia”.
Llegó a EEUU desde Rumania el mes pasado, después de que funcionarios de Washington presionaron a Bucarest para que levantara las restricciones a sus viajes. Él y su hermano habían estado detenidos en Rumania desde 2022 por cargos que incluyen explotación sexual y trata de personas, lo cual niegan.
En los últimos años, una proporción cada vez mayor de personas en todo el mundo ha dicho que cree que el impulso a favor de los derechos de las mujeres ha llegado lo suficientemente lejos. Pero esa proporción se redujo del 53% el año pasado a 48%, según mostró esta semana un estudio en 30 países, del Instituto Global para el Liderazgo de las Mujeres del King’s College de Londres e Ipsos.
Asimismo, ha disminuido la proporción de personas que creen que los esfuerzos por la igualdad han llegado tan lejos que los hombres sufren ahora discriminación, al igual que la proporción de quienes piensan que un hombre que se queda en casa para cuidar de sus hijos es menos hombre.
Estas disminuciones son bienvenidas, pero pequeñas. Y el estudio sigue sugiriendo que casi uno de cada dos adultos en países de todo el mundo cree que se ha logrado la igualdad femenina, lo cual evidentemente no es así.
Las mujeres trabajadoras siguen ganando 20% menos que los hombres a nivel mundial y, hasta el mes pasado, solo el 27% de todos los parlamentarios nacionales eran mujeres.
Incluso en los países ricos de la OCDE se necesitarán más de 46 años para cerrar la brecha salarial de género al ritmo actual de progreso, según mostraron los datos de PwC este mes. Y la brecha se ha ampliado en las salas de juntas de los servicios financieros en Europa, donde EY dice que los directores hombres cobraron al menos US$ 100,000 más que sus contrapartes femeninas en 2023.
Hay otro hallazgo en la investigación del King’s College. Si se analizan los datos, se muestra que la mejora en las actitudes sobre la igualdad femenina está lejos de ser uniforme. En todo el G7, el progreso ha sido pronunciado en Italia, el Reino Unido y otras naciones de Europa occidental. Pero las opiniones en EEUU y Canadá apenas se han movido y las cosas han retrocedido misteriosamente en Japón, donde la proporción de personas que piensan que los esfuerzos por la igualdad femenina están llevando a la discriminación contra los hombres ha aumentado notablemente.
No está del todo claro por qué es así. Tal vez en Francia se galvanizaron las opiniones por el horrible caso de Dominique Pelicot, que drogó repetidamente a su esposa e invitó a docenas de desconocidos a violarla mientras estaba inconsciente. Tal vez la victoria electoral de Trump haya afectado las opiniones en EEUU. Pero una cosa está clara: la brecha entre hombres y mujeres jóvenes sigue siendo alarmante.
Entre los menores de 30 años de la llamada Generación Z, un sorprendente 57% de los hombres piensa que el feminismo ha llegado tan lejos que los hombres sufren ahora discriminación, frente al 36& de las mujeres. Y el 28% de los hombres jóvenes piensa que un hombre que se queda en casa para cuidar a los niños es menos hombre, en comparación con el 19% de las mujeres. La mitad de las mujeres de esta generación se define como feministas, en comparación con un tercio de los hombres.
Esto está en consonancia con la creciente brecha política que se ha abierto entre los hombres de veintitantos años cada vez más conservadores y las mujeres jóvenes cada vez más progresistas. E movimiento MeToo ha sido un gran impulsor de la brecha.
La cuestión es cómo cerrarla. Estoy de acuerdo con las pensadoras feministas que quieren un mayor reconocimiento de los numerosos problemas que enfrentan los niños y los hombres, desde el bajo rendimiento educativo hasta las desalentadoras tasas de falta de vivienda, suicidio y soledad.
En última instancia, la igualdad de género no puede verse como un juego de suma cero que las mujeres solo pueden ganar a expensas de los hombres. Esta idea es combustible para personas como Tate. También amenaza con deshacer los avances que se han logrado con mucho esfuerzo durante décadas. Lamentablemente hoy esa actitud parece más arraigada que nunca.