José Antonio Viera-Gallo
Varios estudios confirman que existe una desconfianza difusa hacia las instituciones públicas y privadas: se recela de la posibilidad del abuso, se desconfía de “la letra chica” de los contratos de adhesión, hay suspicacias frente al ejercicio discrecional de los poderes y hay serias reservas al principio de representatividad. La gente es difidente ante la confusión frecuente entre el interés privado y el público; se desconfía de la opacidad del financiamiento de la política, partidos y campañas electorales; se confía poco en las instituciones de control y en los mecanismos regulatorios.
Siendo Chile un país con bajo índice de corrupción según los indicadores de Transparencia Internacional, sin embargo no se ha visto exento de una seguidilla de escándalos que han provocado batahola, alboroto y una cierta percepción ciudadana de impudicia y desvergüenza. En una sociedad más abierta, salen a luz los casos de corrupción y se convierten en un ingrediente permanente de la vida pública, como lo revela John B. Thompson en su libro “El escándalo político: poder y visibilidad en la era de los medios”, referido a la sociedad inglesa. Con el retorno a la democracia y su desarrollo las personas salieron de un estado de ingenuidad cívica. Hoy los ciudadanos, más conscientes de sus derechos y dispuestos a defenderlos, miran de frente los problemas. Por eso el alto índice de desconfianza ante las instituciones puede ser también considerado como un primer paso hacia una mayor madurez cívica.
Si no fuese así, ¿cómo explicar que el país junto con la alta desconfianza, tiene estabilidad y legitimidad institucional, tanto en las organizaciones públicas como privadas? Las movilizaciones estudiantiles desde el 2011 apuntan a introducir cambios en su funcionamiento, no a cambiarlas de raíz.
La tarea no es volver a un estado de confianza ingenua, ciega o fanática, propia de fenómenos políticos poco democráticos en que se sigue dócilmente a un líder carismático, a un dictador o a una ideología o se difunde una anomia social, sino dar pasos significativos hacia una mayor confianza lúcida, fundada en la conciencia crítica propia de una cultura democrática que equilibre los propios derechos con las consiguientes responsabilidades.
Para ello es fundamental que la transparencia sea un principio rector de la vida social y política. Esa es la premisa del restablecimiento de la confianza. Lo que supone un cambio cultural. Desde la dictación de la Ley 20.285 de acceso a la información pública, hemos dado pasos significativos en esa dirección haciendo retroceder la cultura del secretismo.
Pero todavía estamos a mitad de camino. ¡Cuánto falta para que las instituciones políticas -los partidos por ejemplo - sean transparentes en su funcionamiento y en el manejo de sus recursos! Chile Transparente acaba de dar a conocer un índice que mide precisamente la calidad de la información que los partidos políticos colocan en sus páginas web, y el resultado es una campanada de alarma. Hay otros países como Alemania y México que han dado importantes pasos al respecto.
Y lo mismo puede decirse respecto del derecho de los consumidores a conocer los términos de los contratos de adhesión que suscriben con bancos, grandes tiendas e Isapres. Incluso las universidades no han sido hasta ahora un ejemplo de diafanidad: las públicas han resistido cumplir la ley de acceso a la información pública y las privadas no han asumido voluntariamente esos estándares de nitidez. ¡Cómo se facilitaría la reforma educacional si hubiera una práctica general de rendición de cuentas! Estamos en el momento oportuno para dar un nuevo impulso en materia de transparencia, probidad, seriedad y responsabilidad pública. La desconfianza no debe dar origen a un pesimismo estéril confirmando los males de nuestra sociedad, sino servir como acicate para corregir aquello que haya que cambiar y apurar el tranco para que no se acreciente el desánimo por falta de respuesta.
Sólo podemos confiar en lo que conocemos o podemos llegar a conocer. No en lo que permanece oculto fuera de nuestro alcance.