El lobo llegó, y se está comiendo a las ovejas
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Cecilia Cifuentes
En julio de 2020, ya aprobado el primer retiro de los fondos de pensiones, un columnista dominical publicó un artículo titulado “Pedrito y el Lobo”, que aludía a que sectores paternalistas de derecha contaban mentiras piadosas a los ciudadanos para evitar políticas que podrían perjudicar a los negocios. Se refería en esa forma a las advertencias que hicieron muchos economistas sobre el efecto que tendría el retiro de fondos de pensiones como el “cuco” que normalmente usa la derecha para advertir los efectos nefastos de políticas, planteando “en el proyecto del 10% la carta del cuco se usó otra vez a destajo, exagerando hasta el absurdo las legítimas preocupaciones y ocultando los posibles beneficios”.
Por supuesto, no se planteaba en esa columna que uno de los principales riesgos del primer retiro, advertido por varios analistas, es que no sería el único, como de hecho ocurrió, con efectos muy negativos no sólo en profundizar el problema de las pensiones, sino con un gran daño al mercado de capitales. Uno de los impactos más importantes ha sido el significativo aumento del costo del crédito hipotecario, que dejó fuera de la opción de casa propia a amplios sectores del país. En definitiva, los nefastos retiros dañaron el ahorro y la inversión, contribuyendo al estancamiento de la economía.
Lo mismo puede decirse de otras reformas emblemáticas de la última década, cuyos efectos negativos fueron anticipados por expertos políticamente transversales, advertencias que fueron desoídas y desestimadas por el mundo político. Era la “tecnocracia” que “no tenía calle”; sus detractores, en cambio, sí sabían (creían ellos) lo que era bueno para los ciudadanos. Es así como reformas que fueron transversalmente cuestionadas -como la tributaria, educacional y del sistema político realizadas hace una década atrás- muestran hoy sus negativos impactos, en la misma línea que señalaron sus críticos.
En materia laboral, las advertencias sobre el impacto que tendría la creciente rigidez de la normativa también se han ido verificando. Aunque no a través de un aumento sostenido de la tasa de desempleo, sí vemos un creciente problema de informalidad y baja participación de los sectores de bajos ingresos, situación que no mejoró en las últimas décadas a pesar del crecimiento de la economía. Es clave señalar, en todo caso, que la mayoría de las veces los efectos no se ven en el corto plazo, y por eso no basta el análisis coyuntural.
En estos días, el Gobierno está presionando fuertemente al mundo político para que apruebe su reforma previsional. Sin embargo, hasta ahora el oficialismo no ha podido demostrar que los beneficios de largo plazo superan los costos para el sector productivo y para las finanzas públicas. Es más, los estudios que incorporan las historias previsionales pasadas, actuales y futuras de los afiliados concluyen que la propuesta no revierte las causas de las bajas pensiones, en algunos casos las profundiza, y además lleva a que el problema futuro de pensiones sea más grave que el actual. Por algo no se ven expertos independientes del Gobierno que defiendan esta propuesta como un buen camino para resolver el problema previsional, mientras que sí hay muchos de diversa afiliación política que le han hecho fuertes críticas.
Entonces, si ya vimos que las advertencias de los expertos sobre las malas reformas no eran “el cuento del lobo”, lo menos que podemos hacer es no tropezar de nuevo con la misma piedra. Como he dicho en otras oportunidades, uno de los requisitos fundamentales para volver a crecer es retomar la implementación de políticas públicas basadas en evidencia, y no en consignas y voluntarismo político.