¡Bienvenidos a 2020: piensa de nuevo!
Ralf Boscheck Decano Escuela de Negocios UAI
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Ralf Boscheck
Cualquier revisión de las “Perspectivas 2020” recién publicadas en este diario resulta en cinco desafíos que afectarán nuestro futuro: el espectro de una desaceleración global y un proteccionismo creciente; el impacto dudoso de las transformaciones tecnológicas; la neta invalidez de la política pública para abordar retos mundiales; la desigual distribución del ingreso dentro y entre las naciones; y, por último, el cambio climático.
Nada de esto es nuevo y ya conocemos las reacciones. Los pesimistas tenaces se sienten incapaces de afectar los resultados desalentadores; los optimistas fieles confían en que alguien o algo se encargará de los problemas de alguna manera o que posponer decisiones mejorará los resultados eventualmente. En ambos casos, la negación causa inacción o reacciones plenamente inapropiadas.
Considerando dos de los temas anteriores, al evaluar la distribución global del ingreso desde 1980, Milanovic, Alavaredo y Piketty concluyen una reducción en la desigualdad global de la renta. Al diseccionar este promedio, el 1% superior se benefició enormemente, al igual que, en menor medida, las personas de ingresos medios, particularmente en Asia, y menos aún, el 10% más bajo de la sociedad mundial. Mientras tanto, las ganancias de la clase media en el mundo industrializado se estancaron. Para los historiadores económicos, el ascenso de Asia resultó en una reconvergencia internacional de niveles de vida estratificados que habían sido separados por la primera revolución industrial, y reunidos por la tercera y cuarta.
Para los gobiernos de “Occidente”, el impacto es menos prosaico. Cargados con los costos de bienestar, problemas de migración y populismo, la posible pérdida de competitividad y empleo amenaza aún más su legitimidad. Lo que es peor, dada la ausencia de una estrategia común, los ajustes nacionales son más costosos y exponen a cualquier país al free riding internacional. No es de extrañar que intenten proteger un status quo caducado imputando restricciones comerciales o promoviendo financiamiento de bajo que costo, y así, expropiando a consumidores y ahorradores. En este contexto, dañar el medio ambiente es sólo un precio más a pagar para ocultar el desajuste. Pero es un precio prohibitivo.
Ya en 1974, “El Futuro Humano” de R. Heilbronner argumentó que, con su obsesión con el crecimiento cuantitativo, las democracias representativas no podrían librarse de la maldición del hidrocarburo. En 2009, “La Disciplina del Mundo”, del ecologista S. Brant, en contra de la convicción anterior del autor, promovió la geoingeniería, la energía nuclear y los cultivos transgénicos como formas cruciales de mitigar el cambio climático. El mismo año, Alemania se adelantó para promover su Energiewende, subsidiando fuertemente las energías renovables. Sin embargo, en la primavera de 2019, con los precios de la electricidad para los clientes industriales a casi el doble del promedio de la UE, Angela Merkel de facto canceló el compromiso nacional, resignándose a que “la política es lo que es posible”.
En junio de 2019, el MIT Technology Review abrió su edición sobre el cambio climático diciendo: “El crecimiento en energías renovables no ha reducido el uso de combustibles fósiles. (...) Es hora de comenzar a hablar sobre la adaptación y el sufrimiento, sobre las tecnologías que la raza humana necesitará en un mundo catastróficamente alterado.”
¡Bienvenidos a 2020: piensa y date vuelta! Primer paso, un cambio de objetivo: aumentar la productividad, no la producción.