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El manejo de la crisis fue malo, pero pudo ser mucho peor

¿Cuánto ayudaron realmente los organismos de gobernabilidad global?

Por: | Publicado: Viernes 22 de agosto de 2014 a las 05:00 hrs.
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Por Alan Beattie



Discrepo de Dan Drezner. ¿Cómo podría no hacerlo? La tesis de su último libro es que, a fin de cuentas, la gobernabilidad económica global funcionó bien durante la crisis financiera global. He gastado mucho tiempo, tinta y pixeles argumentando lo contrario. Por otro lado, también he aprendido que si uno está en desacuerdo con Drezner, debe hacerse una profunda introspección.

Drezner, profesor de política internacional de Tufts University, logra de manera exasperante combinar una exitosa carrera académica a tiempo completo con su papel de popular bloguero. En The System Worked argumenta que las instituciones de gobernabilidad global realizaron un buen trabajo al evitar que la crisis se convirtiera en otra Gran Depresión. Los ministros de Finanzas respondieron con estímulo fiscal, las reglas de comercio mundial evitaron un alza del proteccionismo y los gobiernos coordinaron políticas macroeconómicas para restaurar el crecimiento.

Nadie puede dudar que las autoridades lo hicieron mucho mejor esta vez que en los ’30, pero la vara no estaba muy alta. Mis objeciones son más de juicio que contradicciones rotundas: las respuestas fueron menos impresionantes y sistemáticas de lo que se señala acá.

Curiosamente, Drezner minimiza su mejor carta: el importante rol de los bancos centrales, particularmente la Fed. El banco central de EEUU abandonó la ortodoxia en su impulso por inyectar dinero al sistema financiero y estableció líneas de swap para ayudar a sus contrapartes extranjeras a hacer lo mismo.

Y lo más notable es que requirió pocos sistemas formales de gobernabilidad global. Cuando los bancos centrales del mundo decidieron coordinan una rebaja de tasas en 2008 en el peak de la crisis, simplemente se llamaron y lo hicieron. Si no hubieran aprendido la lección de la Gran Depresión, habría sido desastroso; con esto hubo un límite al daño que incluso gobiernos realmente malos podían provocar.

Estoy menos impresionado que el autor por las acciones de los gobiernos. Drezner afirma que los estímulos fiscales keynesianos para impulsar el crecimiento son fuertes correcciones a la ortodoxia que provocó un desastre en la Gran Depresión.

Yo diría que el G20 pudo haber hecho más que un estímulo colectivo equivalente a 1,1% del PIB mundial en 2009, un año en que el Producto se estaba contrayendo. El estímulo de EEUU ese año, de 1,9% del PIB, fue menor que los recortes de impuestos de George W. Bush en el auge de los 2000.

Drezner también dice que China se convirtió en un actor responsable de la economía global, permitiendo que su moneda se apreciara en 2010 tras presiones internacionales para reequilibrar la economía global. Yo diría que Beijing sólo obedece las reglas cuando le benefician. China sólo retomó una política que había suspendido en 2008 debido a la crisis, y rechazó los llamados del G20 a crear reglas vinculantes sobre déficit de cuenta corriente.

Creo que los dos estaríamos de acuerdo en que el desempeño en gobernabilidad global fue irregular, y sus resultados incluso ahora son inciertos. Un optimista como Drezner puede apuntar a los acuerdos de capital de Basilea III como un éxito de política internacional que enfrentó un feroz lobby bancario; un pesimista citará dudas de que evite una nueva crisis.

Un optimista puede ver una economía global en alza y baja volatilidad financiera; un pesimista se enfocará en la zona euro, donde una mala ideología amenaza provocar un largo estancamiento, y ser la carta del triunfo del cambio climático, un desastre de gobernabilidad global que superará todos los demás.

Aún no estoy de acuerdo con Drezner, o al menos no en lo principal. Pero este libro detallado, informado y convincente debe ser leído por todos en la esfera de la gobernabilidad global, y cualquiera que quiera saber cómo las cosas, pese a que han sido malas desde la crisis financiera global, podrían haber sido mucho peor.

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