Se cuenta que Albert Einstein dijo que la locura consiste en hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes. Bajo ese estándar, el pacto a punto de cerrarse con Grecia parece una locura. La única justificación, como argumenté en una columna el 10 de mayo, es que se necesita para ganar tiempo. Es una mala estrategia. Hace falta algo más radical.
La pregunta sobre las perspectivas de Grecia no es si el país caerá en incumplimiento. Eso es, en mi opinión, lo más cercano posible a una certeza. La cuestión es si un incumplimiento será suficiente para devolver la economía a una salud razonable. Lo dudo mucho. El país parece demasiado poco competitivo para eso. El incumplimiento es una condición necesaria pero no suficiente, para un regreso a la salud económica.
El desempeño griego bajo el programa acordado con el Fondo Monetario Internacional en mayo de 2010 ha sido bastante impresionante. Pero no ha podido restaurar la solvencia del país. El diferencial entre bonos griegos y alemanes a 10 años ha pasado de 460 puntos básicos (4,6 puntos porcentuales) tras el anuncio del programa a 1.460 puntos básicos. Lo mismo ha sucedido con Irlanda y Portugal. Más peligroso aún, incluso los diferenciales españoles han llegado a 270 puntos básicos. Grecia, Irlanda y Portugal no tienen ninguna posibilidad de pedir prestado en los mercados a precios que puedan permitirse en el futuro previsible.
Lo que debe resultar muy deprimente para los afectados es que estos saltos en los diferenciales han ocurrido pese a un desempeño razonable. En el programa original, se preveía que el Producto Interno Bruto griego caería 4% en 2010, seguido por un 2,6% en 2011. En la revisión de marzo de 2011, esto resultó ser sólo un poco peor, de 4,5% y 3%, respectivamente. El déficit público se calculó al comienzo en 8,1% del PIB para 2010 y 7,6% para 2011. Esto sólo aumentó a 9,6% y 7,5% en la revisión de marzo. Incluso respecto del déficit de cuenta corriente, la revisión de marzo de 10,5% para 2010 y 8,2% para 2011 era poco peor que las previsiones iniciales de 8,4% y 7,1%, respectivamente.
Pero, esto no está cerca de ser suficiente, por cuatro razones. En primer lugar, el perfil de la deuda ha pasado de horrible a peor: en el programa inicial se estimó que la relación deuda bruta/PIB llegaría a un máximo de 149% del PIB en 2012. En la revisión de marzo esto ya había saltado a 159%. Segundo, la economía parece extraordinariamente poco competitiva. El indicador más elocuente es la combinación del déficit de cuenta corriente aún enorme con una profunda recesión. Este déficit externo ahora no puede financiarse en el mercado. En tercer lugar, las perspectivas para el déficit de cuenta corriente parecen estar empeorando drásticamente: al comienzo, el FMI proyectó un déficit de cuenta corriente de 2,8% del PIB en 2014; en la revisión de marzo, lo estima en 5,5% del PIB. Cuarto, sin un aumento en las exportaciones, será imposible volver al crecimiento sostenible. Pero tal aumento requerirá una gran reducción en los costos nominales. Si esto es del todo factible, cosa que dudo, elevará aún más la relación entre deuda y PIB.
El escepticismo del mercado sobre la capacidad de Grecia para volver a la solvencia se justifica. Se basa en la conciencia de dos hechos: el enorme endeudamiento y la falta de competitividad. El hecho de que el pueblo griego no esté dispuesto a soportar el dolor sólo hace lo ya inverosímil bastante inconcebible. Si este fuera el estado de, digamos, Finlandia, uno podría creerlo. Con razón o sin ella, pocos creen que la Grecia de hoy sea otra Finlandia.
¿Cuál es el caso de insistir con los préstamos y, en el proceso, llevar una proporción mayor de los pasivos del gobierno griego a los balances del sector público? Veo cuatro argumentos.
La primera es que la estrategia oculta el estado de los acreedores privados. Es mucho menos embarazoso declarar que uno está ayudando a Grecia cuando en realidad está ayudando a sus propios bancos. Si los prestamistas privados tienen suficiente tiempo, pueden vender sus préstamos al sector público o pasarlos a pérdida sin infusiones de capitales de los estados.
El segundo argumento es que la estrategia permite a otros países ordenar sus casas en antes de un incumplimiento griego y tal vez una salida desordenada del euro. Si tales acontecimientos se desencadenaran ahora, se teme, habría corridas sobre la deuda soberana y los bancos en países frágiles, con resultados devastadores.
El tercero, es que es posible que Grecia mejore. Dar el máximo apoyo al país al menos lo hace factible.
El cuarto argumento es que el FMI prevé que Grecia tendrá un déficit fiscal primario (antes del pago de intereses) de 0,9% del PIB este año. Así, la transferencia neta de recursos es al sector público griego. Mientras este sea el caso, el incumplimiento no tiene ningún sentido.
Estos argumentos son convincentes en orden ascendente. El primer argumento se utilizó para justificar la política de negación que dio su “década perdida” a Latinoamérica en los ‘80. Parecía inmoral entonces y parece igual de inmoral ahora. Las pérdidas deben ser reconocidas y los bancos recapitalizados. El segundo argumento asume que la posición griega sigue siendo un misterio. Sin embargo, es evidente que ya está en marcha la fuga de otras jurisdicciones frágiles. El tercer argumento no es ridículo, pero ese resultado feliz parece poco probable, dada la situación en la que se encuentra Grecia. El último argumento es correcto. Pero es para una demora breve, no una lucha eterna.
Cuando el resultado es inevitable, es necesario planificar para ello. En este caso, ese resultado parece inevitable para los observadores más informados. Veo poco mérito en que Grecia incumpla con el sector público tras años de agonía en lugar de hacerlo pronto con el sector privado. La mejor política es actuar preventivamente. Un aspecto de tal prevención sería actuar para apuntalar a otros miembros frágiles y sistemas financieros de la eurozona con más fuerza que ahora. En al menos un caso, Irlanda, eso podría requerir una reestructuración de la deuda. Esto también requerirá sin duda un paso más hacia un sistema financiero de toda la zona del euro, con un apoyo fiscal coincidente.
Pero el requisito principal es reconocer la desagradable realidad. No se puede hacer creíble lo increíble mediante infinitas demoras. Uno sólo puede hacer más doloroso el reconocimiento de la realidad cuando finalmente ocurra. Ciertamente ha llegado el momento de reconocer la realidad de la situación griega y actuar de una vez sobre las ramificaciones más amplias para sus socios.