Han pasado casi 60 días desde las elecciones parlamentarias en Bélgica y la nación aún no cuenta con un gobierno, lo que ha reanimado los temores sobre una repetición de la crisis política que se vivió durante 18 meses en 2010-2011.
El 27 de mayo, dos días después de los comicios, el Rey Felipe escogió a Bart De Wever, líder del partido opositor N-VA (Nueva Alianza Flamenca), para que buscara opciones para formar una coalición de gobierno. La agrupación nacionalista obtuvo 33 de los 150 escaños del Parlamento, con lo que extendió su liderazgo como el partido belga con mayor representación.
Tal como ocurrió hace cuatro años, cuando De Wever no pudo limar las diferencias entre los partidos y tuvo que dejarle la iniciativa al primer ministro Elio Di Rupo luego de tres semanas de negociaciones, el político que aboga por la separación de Bélgica en dos partes -la próspera región de Flandes y la zona francesa de Valonia- no pudo alcanzar un acuerdo con las distintas facciones y el 25 de junio le pidió al Rey que terminara su rol como mediador.
Dos días más tarde, Felipe le solicitó a Charles Michel, jefe del francófono Partido Liberal, que asumiera el cargo de informateur. Su partido Movimiento Reformador logró 20 puestos en el Parlamento, quedando tercero detrás del también francófono Partido Socialista de Di Rupo.
Esta semana, el Rey extendió el plazo para que Michel analizara las posibles alternativas para el Ejecutivo hasta el martes.
Debido al sistema electoral, que en términos prácticos se traduce en dos elecciones con partidos de habla francesa y agrupaciones de habla holandesa que apelan a diferentes votantes, se necesitan al menos cuatro partidos para crear una coalición.
De no obtener un resultado positivo, el país se acercaría a revivir la situación que se vivió tras las elecciones de 2010, cuando las batallas por la autonomía de las regiones y por el presupuesto llevaron a un punto muerto histórico de 541 días antes de que seis partidos alcanzaran un pacto para gobernar.