Impacto económico de la IA: una historia por contarse
SERGIO LEHMANN Economista jefe Banco Bci
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SERGIO LEHMANN
Qué duda cabe, la inteligencia artificial irá haciéndose notar en la economía con cada vez mayor fuerza, entendiendo que ayuda a la resolución problemas complejos, pero también apunta a la operatoria de procesos simples. La historia nos muestra que cambios disruptivos como el que se está configurando impulsan a las economías, lo que se manifestará con nitidez en las próximas décadas.
El primer gran salto en crecimiento en la historia moderna se reconoce a fines de 1700 con la revolución industrial, que cambió definitivamente la economía mundial. En 1882, con la invención del motor eléctrico, las fuentes de energía se multiplicaron, llevando a incrementos importantes de productividad. En los 90 del siglo pasado, el desarrollo de internet y las comunicaciones digitales revolucionaron la forma de relacionarnos, llevando a un nuevo impulso en el crecimiento.
“Entender los alcances de este fenómeno y prepararnos para su uso es una urgencia. En Chile, la educación no está preparando a las nuevas generaciones como los desafíos exigen. La capacitación en las empresas es muy limitada”.
La evidencia muestra que la adopción de tecnologías toma tiempo, aunque los plazos se acorten cada vez más. El motor a vapor, que marcó la revolución industrial, tardó más de 100 años en extenderse globalmente. El motor eléctrico lo hizo en 50 años e internet en sólo cinco. De cualquier manera, la velocidad con la que se adoptan los cambios en cada país depende de sus características y cuestiones culturales. Destacan la flexibilidad, los incentivos a la innovación, el hambre por buscar nuevas formas de hacer las cosas y, por cierto, la educación.
Algunas estimaciones respecto del impacto de la inteligencia artificial plantean un alza entre 1% y 2% en la productividad, y aún más alto en el caso de economías bien preparadas. Pero lo cierto es que se trata de un fenómeno en desarrollo y cualquier estimación tiene hoy una enorme dosis de incertidumbre. Se trata de una cuarta revolución industrial que cambiará procesos y formas de enfrentar los desafíos prácticos, llevando a caminos aún por descubrir.
Algunos se quedan con la percepción de que eliminará los trabajos y procesos fáciles de automatizar, lo que causa algún temor. Pero lo cierto es que el impulso en el crecimiento, tal como muestran experiencias equivalentes del pasado, generará nuevos empleos, potenciando aquellos en que el uso de la nueva herramienta es esencial.
Entender los alcances de este fenómeno y prepararnos para su uso es una urgencia. Como lo muestra el ranking recién publicado por Capital Economics para medir la capacidad de adaptación de nuevas tecnologías, EEUU encabeza el ranking con una nota 70 en una escala de 1 a 100, mientras países como Corea o Israel dan cuenta de valores cercanos a 52. Los países europeos reconocen cifras en torno a 40, en tanto América Latina cierra el ranking con una pobre puntuación de 15.
Mirando a Chile, se advierte que la educación no está preparando a las nuevas generaciones como el panorama exige. La capacitación en las empresas es extremadamente limitada como para disponer de trabajadores que lidien con las nuevas herramientas y le saquen el debido provecho. La cultura pro-innovación es aún insuficiente, a pesar de que se han ido creando espacios a través de ecosistemas que apoyan el emprendimiento.
Si no nos ponemos en acción para abordar los enormes desafíos que se levantan frente a nuestros ojos, las brechas que vemos con las economías mejor preparadas, con visión de largo plazo, se incrementarán. Es probable, además, que las diferencias de ingreso por segmento social se amplíen si no llevamos esta nueva cultura a cada rincón del país y capacitamos a todos para su uso. El reloj avanza rápido.