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Trump y Xi se enfrentan por la globalización

Por: Martin Wolf | Publicado: Miércoles 25 de enero de 2017 a las 04:00 hrs.
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El presidente de China, Xi Jingping, pronunció la semana pasada en el Foro Económico Mundial (WEF) un discurso sobre la globalización que uno habría esperado del presidente de EEUU. En su inauguración, Donald Trump hizo comentarios sobre el comercio que uno nunca habría esperado de un presidente de EEUU. El contraste es asombroso.

Xi reconoció que la globalización implica dificultades. Sin embargo, sostuvo, “culpar a la globalización por los problemas mundiales es inconsistente con la realidad”. En cambio, dijo que la “globalización ha fortalecido el crecimiento global y ha facilitado el movimiento de bienes y capital, avances en ciencia, tecnología y civilización, e interacción entre las personas”. Su visión iguala a la del último presidente de EEUU que se dirigió al WEF. En 2000, Bill Clinton dijo que “debemos reafirmar sin ambigüedad que los mercados abiertos y el comercio basado en reglas son el mejor motor que conocemos para elevar los estándares de vida, reducir la destrucción del medio ambiente y construir la prosperidad compartida”.

Trump rechazó esa visión: “tenemos que proteger nuestras fronteras del saqueo de otros países que producen nuestros productos, roban nuestras empresas y destruyen nuestros trabajos. La protección llevará a más prosperidad y fuerza”. Es más: “seguiremos dos reglas simples: comprar estadounidense y contratar a estadounidenses”.

Eso no es parloteo. Trump ya canceló la participación de EEUU en el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, su sigla en inglés) negociado por su predecesor. Anunció su intención de renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA). Ha hecho amenazas altamente punitivas en contra de México (imposición de tarifas de 35%) y China (imposición de tarifas de 45%). Detrás de eso está lo que Peter Navarro, el consejero de política comercial de Trump, y Wilbur Ross, su nominado para la secretaría de Comercio, llamaron la “doctrina comercial de Trump”, la visión según la cual “cualquier acuerdo tiene que aumentar la tasa de crecimiento (de la economía), bajar el déficit comercial y fortalecer la base manufacturera de EEUU”.

Para un lector británico, eso trae recuerdos de la “estrategia económica alternativa” propuesta por el partido Laborista en los años ‘70. Tal como Navarro, Ross y, Trump, el partido izquierdista inglés argumentaba que el déficit comercial constriñe la demanda. Los controles a las importaciones eran su solución. Los acuerdos para bajar el déficit comercial de EEUU parecen ser la de Trump. ¿Quién podría imaginar que el mercantilismo primitivo va a apoderarse de la maquinaria de decisiones políticas de la mayor economía de mercado del mundo y emisor de la principal divisa de reserva global?

El hecho aterrador es que las personas que parecen más cercanas a Trump creen cosas que son casi enteramente falsas. Creen, por ejemplo, que el IVA no gravado en las exportaciones es un subsidio. No lo es: los bienes estadounidenses vendidos en la UE pagan IVA, tal como los bienes europeos. Y los bienes europeos que se venden en EEUU pagan impuestos a la venta (donde están gravados), tal como los bienes estadounidenses. En ambos casos, no se crea ninguna distorsión. Los aranceles se imponen solo a los bienes importados, así que ellos sí distorsionan los precios relativos.

Estas personas creen que la política comercial determina el déficit comercial. En una primera aproximación eso no es así, ya que la balanza comercial (y de cuenta corriente) reflejan las diferencias entre ingresos y gastos. Si se imponen aranceles fronterizos a todo, las compras de divisas extranjeras caerán y el tipo de cambio se apreciará, hasta que las exportaciones caigan y las importaciones aumenten lo suficiente como para devolver el déficit a donde comenzó. La protección entonces solo ayuda a algunas empresas a costa de otras. La propuesta de Trump parece apuntar a resucitar a los económicamente muertos. Es verdad, la protección puede bajar el déficit externo haciendo EEUU un destino menos atractivo para las inversiones extranjeras. Pero eso difícilmente parece ser una estrategia sana.

Otro error es la creencia en el mérito de los acuerdos bilaterales. Los acuerdos comerciales no son como los acuerdos empresariales. Fijan las condiciones bajo las cuales operan todas las empresas. El bilateralismo fragmenta los mercados globales. Es extremadamente difícil para las empresas establecer acuerdos a largo plazo si los nuevos tratados bilaterales puedan desestabilizar las condiciones competitivas en cualquier momento.

Desafortunadamente, como argumenta Martin Sandbu, políticas equivocadas pueden causar un daño gigante. El presidente de EEUU tiene la autoridad legal de hacer –virtualmente- todo lo que quiera. Pero renegar de los acuerdos pasados seguramente hará a EEUU parecer un socio poco confiable. Sus víctimas, particularmente China, probablemente se vengarán. Según un análisis del Instituto Peterson de Economía Internacional, China y México juntos equivalen a un cuarto del comercio de EEUU. En una guerra comercial declarada, el sector privado de EEUU puede perder 4,8 millones de trabajos. La disrupción de las cadenas de suministro probablemente será los más serio.

Detrás de eso hay grandes consecuencias geopolíticas. El golpe a México revertirá tres décadas de reformas, probablemente entregando el poder allá a los populistas de izquierda. El golpe a China puede envenenar una relación esencial por décadas. El abandono del TPP puede reenfocar a un número de aliados asiáticos de EEUU hacia China. Ignorar las reglas de la Organización Mundial del Comercio puede destruir la institución que provee estabilidad al sector real de la economía global.

La retórica de “América primero” se lee como una declaración de guerra económica. EEUU es inmensamente poderoso. Pero ni siquiera estar seguro de que podrá conseguir las cosas a su manera. En vez de eso, solo puede declararse como un estado rebelde.

Cuando la potencia ataca al sistema que creó, solo dos resultados son posibles: el colapso o la recreación del sistema en torno a una nueva potencia. La China de Xi no puede reemplazar a EEUU. Eso exigiría cooperar con potencias europeos y asiáticas. El final más probable es un colapso. La visión de Xi es la correcta. Pero sin el apoyo de Trump ahora puede ser impracticable. Eso no beneficiará a nadie, incluyendo EEUU.

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