Editorial

¿Mayor activismo fiscal? Prudencia.

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hile ha tenido en los últimos 40 años una historia destacada de responsabilidad fiscal, incluso en entornos de crisis. Por ejemplo, durante la crisis de la deuda, entre 1982 y 1985, el déficit fiscal promedio fue de un 2% del PIB. Y el rescate al sistema financiero consistió básicamente en operaciones de liquidez que no comprometen gastos presupuestarios, sino operaciones de activos y pasivos.

Esta grave crisis del coronavirus se produce cuando enfrentamos la mayor debilidad fiscal del último medio siglo. En febrero pasado, el Informe de Finanzas Públicas estimó un déficit fiscal para este año de 4,5% del PIB, producto de un aumento estimado del gasto de 8,5% real. Resulta evidente que en el corto plazo la paralización de actividades por la pandemia debe ser enfrentada con política fiscal y monetaria, con el objetivo central de mantener la cadena de pagos y evitar que problemas de liquidez transitorios se transformen en problemas de solvencia para empresas y trabajadores.

En esta línea, el Banco Central y el Ministerio de Hacienda han actuado ampliamente, con un paquete de estímulos más significativo que el utilizado durante la crisis subprime, similar a lo que están haciendo los países desarrollados. Muchas de las medidas tienen un enfoque equivalente al utilizado durante la crisis de la deuda: más que gasto fiscal, son líneas de crédito que permiten “dar aire” a los sectores con mayores problemas. Debe tenerse claro que, a pesar de los estímulos, es muy probable un escenario recesivo, ya que es inviable que sólo a través de impulso fiscal y monetario se pueda sustituir toda la actividad que se perderá.

¿Sería deseable un activismo fiscal mayor aún, como plantean algunos sectores? La prudencia indica esperar. Enfrentamos un shock muy profundo, pero transitorio, cuya duración es aún incierta, pero que una vez superado no impide que el mundo pueda retomar una actividad normal. Si por evitar estos efectos transitorios comprometemos aún más la sostenibilidad fiscal, los efectos del shock nos seguirían acompañando más adelante, como hemos visto en países vecinos, donde las permanentes restricciones fiscales terminan por impedir que surja la actividad privada.

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