Pilita Clark

Empresas que usan excusas ecológicas lo hacen bajo su propio riesgo

Por: Pilita Clark | Publicado: Lunes 27 de enero de 2020 a las 04:00 hrs.
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Hace poco, fui a uno de mis restaurantes locales favoritos y disfruté un curry espléndido. Pero me sirvieron una porción tan grande que le pregunté al mesero si podía poner las sobras en un contenedor para llevármelas y comerlas más tarde en casa.

"Lo siento", dijo. "No puedo. Tenemos una política de no llevar comida a casa porque estamos tratando de reducir el uso del plástico". Los clientes que querían llevarse comida a casa tenían que traer sus propios contenedores. Quedé sorprendida. Este era un desarrollo inesperado y desconcertante en la guerra contra el plástico.

Estoy a favor de eliminar el plástico de un solo uso. Pero cuando se trata de lanzar medio tazón de laksa (sopa) de gambas frescas a la basura, surge una pregunta: ¿por qué no ofrecer una caja reciclable no plástica?

Entre más consideré la situación, comencé a sospechar que el restaurante estaba usando una excusa ecológica clásica, ese truco ecológico de ecoblanqueo -o sea pretender ser verde-, para justificar un pequeño e irritante intento de ahorrar costos.

Me hubiera olvidado de esto si poco tiempo después, no hubiera entrevistado a un hombre sobre hot desking, o escritorios compartidos.

Se ganaba la vida ayudando a las firmas a deshacerse de escritorios individuales y quería discutir un artículo que yo había escrito que se quejaba de cómo esta estrategia para ahorrar dinero exponía a las personas al ruidoso y caótico mundo de los espacios de trabajo compartidos.

En un esfuerzo por explicarme de forma cortés que yo era una idiota, enumeró una serie de argumentos familiares a favor de los escritorios compartidos. Los empleados conocían más de sus colegas; esto mejoraba la colaboración y finalmente la productividad. Entonces me dijo que había otro punto vital que necesitaba entender: "emisiones de carbono".

Sí, una empresa podía ahorrar dinero reduciendo el espacio de oficina, dijo. Pero esto también significaba una reducción de la energía usada para la calefacción y la iluminación, lo cual era una acción a favor del clima y ¿quién puede discutir en contra de eso? En realidad, pensé, yo puedo hacerlo.

No hay duda de que las emisiones de carbono deben reducirse rápidamente. El creciente clamor público para que se tome acción para abordar el problema es bienvenido. Lo mismo con el creciente número de gobiernos y empresas que están fijando objetivos de emisiones netas cero, que eran políticamente impensables hace sólo unos años.

Sin embargo, todavía estamos en la zona cero cuando se trata de la tarea más difícil de cambiar la forma en que comemos, viajamos, trabajamos y vivimos para cumplir esos objetivos. Las políticas que hacen que sea más difícil o más costoso volar, comer carne, conducir un auto no eléctrico o, en general, quemar combustibles fósiles no van a ser uniformemente populares.

Los políticos conocen muy bien las encuestas, como una en EEUU el año pasado, que mostró que 69% de los ciudadanos deseaban acciones "agresivas" para combatir el cambio climático, pero que sólo un 34% estaba dispuesto a pagar US$ 100 adicionales al año en impuestos para ayudar. Incluso menos favorecían un aumento de US$ 100 en las boletas anuales de electricidad.

Una encuesta previa en EEUU mostró que casi 60% de las personas respaldaban un cargo mensual de US$ 1 para combatir el cambio climático. Pero ese apoyo se desplomó a 28% cuando la tarifa aumentó a US$ 10 por mes.

Otros países también tienen una brecha entre el deseo por combatir el cambio climático y su disposición a pagar para que se implemente.

En otras palabras, reducir las emisiones de carbono será difícil sin que las empresas utilicen innecesariamente el cambio climático como una excusa para implementar medidas impopulares, en especial medidas tan horribles como los escritorios compartidos.

Además es una estrategia arriesgada en un momento en que lo que hacen y dicen las firmas sobre el tema está bajo un escrutinio intenso y profundo. Sólo hay que preguntarle a Siemens.

Hubo un tiempo cuando el conglomerado industrial alemán podría haber utilizado su historia como fabricante de turbinas eólicas para hacer alarde de sus credenciales ecológicas mientras seguía ganando dinero con las grandes minas de carbón. Los hechos de hace unos días sugieren que ese tiempo está llegando a su fin. El director ejecutivo, Joe Kaeser, emitió una angustiada declaración para explicar por qué el grupo había decidido cumplir un contrato para suministrar equipo de señalización de trenes para un contencioso proyecto de carbón australiano, a pesar de la oposición de activistas ecológicos y algunos de sus propios empleados.

"Deberíamos haber sido más inteligentes sobre a este proyecto de antemano", dijo. "Si hubiera sido mi propia empresa, podría haber actuado de manera diferente". Me sorprendería mucho si hace otro trato como ese de nuevo.

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