Padre Hugo Tagle

Muerte dulce

Padre Hugo Tagle En twitter: @hugotagle

Por: Padre Hugo Tagle | Publicado: Lunes 28 de septiembre de 2020 a las 04:00 hrs.
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“Incurable nunca es sinónimo de ‘in-cuidable’”: quien sufre una enfermedad en fase terminal, así como quien nace con una predicción de supervivencia limitada, tiene derecho a ser acogido, cuidado, rodeado de afecto.

Es lo que nos recuerda la Iglesia en un documento “sobre el cuidado de las personas en las fases críticas y terminales de la vida”, aparecido hace unos días. En él, la Iglesia vuelve a subrayar la ilegitimidad e injusticia absoluta de la eutanasia y cualquier forma de acelerar el proceso de muerte de una persona.

“La eutanasia es un crimen contra la vida humana”, un acto “intrínsecamente malo, en toda ocasión y circunstancia”. Por lo tanto, cualquier cooperación inmediata, formal o material, es un grave atentado contra la vida humana que ninguna autoridad puede legítimamente imponer ni permitir.

Así, ayudar al suicidio es “una colaboración indebida a un acto ilícito”. El acto eutanásico sigue siendo inadmisible, aunque la desesperación o la angustia puedan disminuir e incluso hacer insustancial la responsabilidad personal de quienes lo piden. “Se trata, por tanto, de una elección siempre incorrecta” y el personal sanitario nunca puede prestarse “a ninguna práctica eutanásica ni siquiera a petición del interesado, y mucho menos de sus familiares”.

Las súplicas de los enfermos muy graves que invocan la muerte “no deben ser” entendidas como “expresión de una verdadera voluntad de eutanasia”, sino como una petición de ayuda y afecto. También, cuando “la curación es imposible o improbable, el acompañamiento médico y de enfermería, psicológico y espiritual, es un deber ineludible, porque lo contrario constituiría un abandono inhumano del enfermo”.

La curación hasta el final, “estar con” el enfermo, acompañarlo escuchándolo, haciéndolo sentirse amado y querido, es lo que puede evitar la soledad, el miedo al sufrimiento y a la muerte, y el desánimo que conlleva. Nadie quiere morir. Tras esas “peticiones” de muerte prematura hay un grito angustioso por asistencia, cuidado, cariño en último término.

Y aquí está la tarea. Nuestro grado de civilidad –el mío y el suyo, buen lector- se mide, entre otros aspectos, por el cuidado de los niños, enfermos y ancianos de nuestros círculos familiares y de amistad. Cada uno puede hacer muchísimo por encender el amor a la vida de quienes están enfermos, postrados, solos.

Se le ha llamado eufemísticamente “muerte dulce” a la eutanasia. La única muerte dulce será aquella en que, al término de la vida, se experimenta el saberse acogido, respetado y amado.

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