Pablo Ortúzar

Capitalismo heroico

Pablo Ortúzar Antropólogo social, investigador Instituto de Estudios de la Sociedad

Por: Pablo Ortúzar | Publicado: Viernes 10 de enero de 2020 a las 04:00 hrs.
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El estallido social fue acompañado de una brutal destrucción de servicios en muchas comunas pobres de Chile. Supermercados, farmacias y bancos fueron arrasados y saqueados. Así, el número de chilenos que no cuenta con un acceso fácil a estas instituciones creció exponencialmente.

Ante esto, en un afán castigador, muchos han señalado que lo mejor es que no se repongan esos servicios. Que la gente vea lo que le pasa por destruir o dejar destruir su entorno. Pero el problema ético involucrado en esa decisión es evidente: se hace pagar a justos por pecadores, se deja sin acceso a bienes fundamentales a la población más vulnerable (especialmente ancianos), y se les entrega más poder aún a los narcotraficantes, que pasan a ser la fuente única de acceso al trabajo y al consumo en esos espacios. Además, se pierde la oportunidad de estudiar con detenimiento qué razones llevaron a una conducta en apariencia tan irracional.

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¿Existe una alternativa a esta respuesta tipo estrategia de “tierra quemada”?

La fundación “Mi parque” ha mostrado de forma sistemática que la creación y el mantenimiento de áreas verdes en comunas donde ni el Estado ni el mercado habían logrado crear espacios como ésos sin que fueran destruidos, pasa por trabajar con las comunidades locales. Una plaza, así como un supermercado, un banco o una farmacia, no existe sólo en una dimensión material, sino también en una social. Y asegurar su permanencia en el tiempo demanda crear condiciones para su apropiación local. Nadie destruye lo que siente propio.

¿Es posible imaginar una reconstrucción de los servicios destruidos a partir de un método distinto, centrado en la participación local y atendiendo a las necesidades de las personas que habitan los sectores más vulnerables? Algunos pueden pensar que es mucho esfuerzo para poco retorno. Pero eso depende, en buena medida, de cómo las empresas se entiendan a sí mismas. Si se ven como meras máquinas de rentabilidad, efectivamente estos esfuerzos pueden parecer inútiles. Pero si entienden y ponen por delante su rol social, entonces pensarán sus objetivos y prácticas de manera distinta.

Hacer económicamente sustentable llevar medicamentos, abarrotes y servicios financieros a todos los rincones del país es un objetivo prodigioso ante el cual todos nos sacamos el sombrero. Forrarse a punta de directorios que ponen metas abstractas a los ejecutivos y ni siquiera les importa cómo se consiguen no despierta, en cambio, el entusiasmo de nadie.

Chile necesita, hoy más que nunca, un capitalismo heroico. Empresas que persigan ideales humanos en vez de sólo ganancias. Proyectos que convoquen voluntades y admiraciones, de los que sea un orgullo formar parte. Lo necesitan los consumidores de nuestro país, pero también las mismas corporaciones: colusiones, abusos y corrupciones surgen justamente en las empresas que han perdido su misión y su norte. Nadie quiere trabajar más ni más duro para hacer más ricos a sus jefes. La planilla Excel no conquista las lealtades ni corazones. Nadie cuida bien lo que siente ajeno.

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