Miguel Ricaurte

Señales que no vimos

Miguel Ricaurte economista jefe Banco Itaú

Por: Miguel Ricaurte | Publicado: Martes 5 de noviembre de 2019 a las 04:00 hrs.
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Tras dos semanas viviendo una de las etapas más complejas en Chile democrático, una de las principales quejas de las ciudadanos es la desigualdad, tema del cual el exitoso modelo que sacó a tanta gente de la pobreza y posicionó al país al borde del desarrollo, no parece haberse hecho cargo. Esta sensación no se produjo de la noche a la mañana, por lo cual cabe preguntarse por qué fue precisamente ahora que se manifestaron de esta forma los síntomas acumulados.

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Primero: lo positivo. El modelo económico y la riqueza natural del país permitieron que el crecimiento promediara 4,9% entre 1985 y 2018, cuando el mundo creció 3%. Al principio del período, la apertura de una economía hasta entonces cerrada y pobre potenció el avance, mientras que el acceso de China a la Organización Mundial del Comercio en 2001 jugó un rol clave en la re-aceleración posterior. Así, el ingreso per cápita en dólares ajustados por poder de compra pasó de US$ 3.950 en 1985 a US$ 25.700 en 2018. Alternativamente, tomando el ingreso por persona en Estados Unidos como referente, el ingreso del chileno medio pasó de representar sólo 1/5 del de un estadounidense en 1985, a más de 2/5 en 2018. La mayor riqueza es factor clave en la caída de la pobreza de casi 30% de la población en 2006, a menos de 9% en 2017, según la encuesta CASEN.

Segundo: es necesario mirar otras cifras. El crecimiento se dio de manera dispar, como evidencian métricas de distribución de ingreso. Índices como el de Gini dan cuenta de baja equidad, sobre todo cuando se consideran los efectos redistributivos que tienen impuestos y transferencias. Éstos apenas mejoran el índice a 0,46 en 2017, quedando Chile lejos de la mediana de 0,3 de sus pares de la OCDE. Algo similar muestra el índice de Palma: el ingreso del 10% de mayores rentas es 2,5 veces el del 40% de menores ingresos (mediana OCDE: 1,1). Además, pese a la disminución de la pobreza por ingresos, la pobreza multidimensional —que además considera acceso adecuado a educación, salud, trabajo y vivienda— cae en menor medida: de 27,4% en 2009 a 18,6% en 2017.

Tercero: las señales de descontento estaban ahí, en el sentimiento de los consumidores y no sólo en las cifras de distribución del ingreso. Tomo como ejemplo el Índice de Percepción Económica, que está en territorio pesimista desde mediados de 2018 y muy cerca de niveles de 2016, cuando la economía pasaba por un momento de debilidad. El bajo crecimiento al comienzo del año y la guerra comercial explican en parte el pesimismo. Sin embargo, el subíndice de cómo se ve la situación del país en cinco años más fue el que más cayó, desde un máximo de 51,4 (optimista) en noviembre de 2017, hasta un mínimo histórico de 20,5 (pesimista) en junio de 2019 (a septiembre, el índice marcaba 20,9). Es decir, la mayoría de los encuestados no anticipa mejoras en la situación a mediano plazo dado el statu quo, algo que pocos, si es que alguno, leyó correctamente a la luz de lo ocurrido.

Ni la revolución pingüina de 2006, ni las movilizaciones estudiantiles de 2011 y 2012, ni el movimiento que exigía mejores pensiones catalizaron un cambio tan profundo que hubiese evitado lo que hoy estamos observando. El desafío que debería concentrar todos los esfuerzos es el de hacernos cargo de manera ordenada y reflexiva de la situación, con miras a retomar nuestro rumbo al desarrollo.

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