Miguel Ricaurte

Economía y segregación

Miguel Ricaurte Economista jefe Banco Itaú

Por: Miguel Ricaurte | Publicado: Viernes 5 de junio de 2020 a las 04:00 hrs.
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Protestas partieron en una ciudad del centro del país y rápidamente se extendieron a otras urbes. Hay un problema heredado de la época colonial, perpetuado durante la primera etapa de la república y que estuvo a punto de quebrar al país en una guerra civil. Y aunque el bando que defendía una controvertida institución económica perdió, perduró el problema de segregación social arraigado en el sistema legal. Fue un nuevo período de protestas y violencia entre la quinta y sexta décadas del siglo pasado, el que forzó un cambio de la política pública enfocado a la reivindicación de las minorías afectadas. Pero, aunque el Estado puede modificar normas, no puede cambiar a las personas.

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Estoy hablando de los eventos gatillados en Estados Unidos tras la muerte de George Floyd a manos de un policía. ¿Uso desmedido de la fuerza? Puede ser. Pero genera suspicacia que la víctima fuera de origen afroamericano y el policía fuera caucásico (blanco). Los oficiales involucrados fueron dados de baja y esperan enfrentar a la justicia, pero la respuesta de la calle ha sido explosiva, aun cuando, en palabras del propio Presidente Trump, la economía ha sido mejor para las minorías étnicas bajo su mandato.

¿Están las minorías afroamericanas mejor hoy que en años anteriores? Un estudio longitudinal (que siguió a individuos entre 1985 y 2015) publicado a fines de 2019 en el Quarterly Journal of Economics, encuentra evidencia de que la discriminación afecta el grado de éxito económico de las minorías étnicas en EEUU.

El artículo reporta que los afroamericanos tienen tasas mucho más bajas de movilidad social ascendente y tasas más altas de movilidad descendente que los blancos, lo que hace que las disparidades de éxito económico persistan entre generaciones. Aun cuando se toma en consideración el ingreso de los padres, persiste una brecha de ingresos entre personas blancas y negras, explicada por diferencias en salarios y tasas de empleo. Además, otra minoría con bajos ingresos, la hispana, registra tasas de movilidad intergeneracional más parecidas a las de los blancos, tal que la brecha de ingresos entre estos grupos tiende a reducirse de generación en generación. Es decir, el problema de diferencias en oportunidades económicas no parece transversal a todas las minorías, sino que es particular a los afroamericanos.

En segundo lugar, características que habitualmente impactan el éxito económico de un individuo —como el estado civil, la educación y la riqueza de los padres— explican poco de la brecha de ingresos entre blancos y afroamericanos una vez que se toma en cuenta el ingreso de los padres.

Tercero, los autores encuentran que la brecha entre blancos y afroamericanos persiste incluso entre los niños que crecen en el mismo vecindario (no segregados), salvo en barrios con bajas tasas de pobreza, bajos indicadores de sesgo racial entre la población blanca y mayores tasas de presencia de una figura paterna (algo que es menos habitual para niños afroamericanos, dadas las mayores tasas de encarcelamiento de dicha población). El estudio agrega que sólo una minoría de los niños afroamericanos vive en estas condiciones favorables.

Podemos teorizar que el cierre de la brecha económica demandaría políticas que mejoren la movilidad, la presencia de una figura paterna y reduzcan sesgos raciales, todos cambios difíciles de implementar. Lo que está ocurriendo en EEUU nos ilustra que más allá del ciclo económico, si no se atienden problemas estructurales, se hará elusiva una senda estable de crecimiento y prosperidad.

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