José Manuel Silva

China: ¿resfrío o influenza?

Por: José Manuel Silva | Publicado: Miércoles 3 de julio de 2013 a las 05:00 hrs.
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Las dos mayores revoluciones económicas de los últimos 50 años son, por un lado, el fracaso estrepitoso del socialismo real y, por otro, el ascenso espectacular de la China capitalista. El primero dejó claro que un sistema económico que se construye a espaldas de una visión antropológica del hombre basada en la libertad está destinado al fracaso. El segundo ha mostrado, que por el contrario, cuando a los seres humanos se les devuelve su legítima libertad de emprender, intercambiar, crear, se desata una revolución productiva sin precedentes.



Sin duda, el ascenso económico chino a potencia global es el mayor cambio estructural en la economía mundial desde el nacimiento del coloso norteamericano a fines del siglo XIX. La economía china se ha multiplicado más de 13 veces desde que se iniciaron las tímidas reformas hacia el capitalismo impulsadas por Deng Xiao Ping a fines de los 70. Entre 1998 y 2012, la producción industrial se ha multiplicado por seis. La producción eléctrica lo ha hecho casi cinco veces; la demanda por petróleo pasó de 2,2 millones de barriles diarios a 9,4. El comercio exterior chino pasó de unos 
US$ 300 mil millones a casi US$ 4 trillones. La explosión económica china ha tirado el carro económico de sus vecinos asiáticos, que se han transformado en grandes proveedores de bienes de capital y manufacturas sofisticadas (Japón, Corea, Taiwán) o de materias primas (Australia, Indonesia, Malasia).

En el caso chileno, China pasó de ser casi irrelevante en nuestra parrilla de comercio exterior, a ser nuestro principal socio comercial. En sólo 20 años. Las exportaciones a China crecieron 17,9% anual promedio entre 1991 y 2010, más de tres veces el crecimiento de las exportaciones totales. Demás está decir que el reciente boom minero ha tenido su origen en el auge de la demanda china por el metal rojo. Como sabemos, ello ha llenado las arcas fiscales y generado un auge de inversión y consumo en todo el país. Chile, gracias a las reformas pro mercado, estaba preparado con sus velas desplegadas para beneficiarse de este viento favorable, no así Argentina o Venezuela, también grandes productores de materias primas.

Por todo lo señalado anteriormente, deben preocuparnos las noticias que vienen de China y muestran una desaceleración en su ritmo de crecimiento. Lamentablemente, la realidad económica china es mucho más opaca que la norteamericana o europea. Las barreras idiomáticas, culturales y políticas, conspiran en contra de un buen entendimiento de lo que hoy ocurre. Sin embargo, algunas hipótesis sí se pueden hacer. Lo primero, es que en China conviven un conjunto de incentivos de tipo capitalista con otro conjunto más propio de una megaburocracia estatista. Todo indica que las autoridades que recién dejaron el poder hicieron poco por disminuir el rol de la megaburocracia y más bien se beneficiaron de las reformas realizadas durante los años 90.

Lamentablemente, hay bastante evidencia que muestra que el modelo de desarrollo enfatizado en los últimos 10 años, muy intensivo en inversión y manteniendo artificialmente reprimido el consumo, está enfrentando serios rendimientos decrecientes. Lo preocupante es que una parte del boom de inversión en infraestructura ha sido financiada con una inquietante alza del endeudamiento interno. Es cierto que se trata de deuda local con bancos estatales, esto no es Grecia o España, pero todo apunta a que una parte de estos préstamos serán incobrables y tendrán que ser asumidos por el gobierno central. Gran parte de esta inversión en infraestructura ha sido hecha por las burocracias regionales, las que tenían perversos incentivos para mostrar cada vez más y mejores obras públicas.

Las nuevas autoridades, que acaban de asumir, parecen decididas a reimpulsar una agenda de cambios microeconómicos pro mercado. También parecen decididas a frenar la sobreinversión financiada con deuda, sobre todo si ésta se origina en vehículos parabancarios no regulados (“shadow banking”) y concentrada en entidades gubernamentales. Ello pasará por un freno al proceso de inversión, por la recapitalización de bancos y por un menor crecimiento en general. Esto, a su vez, podría desencadenar el fin de una serie de bicicletas financieras que han artificialmente inflado el crecimiento. Esta opción de política que algunos han llamado “dolor de corto plazo, ganancia de largo plazo” generará una menor demanda por aquellas materias primas más utilizadas en infraestructura (cobre, hierro, acero). Chile debe prepararse para ello porque existe el escenario de que el resfrío chino se torne en influenza. China no morirá y saldrá probablemente fortalecida. Pero el contagio será doloroso.

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