Jorge Navarrete

De la perplejidad a la esperanza

Jorge Navarrete P. Abogado

Por: Jorge Navarrete | Publicado: Lunes 24 de agosto de 2020 a las 04:00 hrs.
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A partir de octubre próximo entramos a una fase electoral inédita en nuestra historia. De hecho, e intentando hacer memoria, no recuerdo otro momento en que los ciudadanos de este país hayan sido convocados tantas veces a las urnas en un tan breve espacio de tiempo: serán diez elecciones en menos de 15 meses.

Y lo hacemos también en un contexto plagado de preguntas e incertidumbres. Discutimos por estos días cómo el desarrollo de la pandemia de salud podría afectar la participación electoral y, por lo mismo, la legitimidad de sus resultados. Lo hacemos en un momento de álgida crispación, con un debate cada vez más polarizado y que da cuenta de una profunda fractura; en un contexto donde pareciera que también hemos naturalizado la violencia -no sólo física, sino también verbal y moral- siendo como sociedad incapaces de concordar que en una deliberación pública no puede haber más fuerza que la que importan los propios argumentos.

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Consciente de todo aquello, también es importante enarbolar las virtudes de este itinerario.

Por de pronto, parece sano reemplazar las piedras por los lápices en las manos de los ciudadanos, en un ejercicio donde las energías se liberen y canalicen a través de la sucesiva toma de decisiones. A continuación, creo que la polarización pudiera ser mucho más intensa en nuestra élite y no necesariamente extenderse a la mayoría de los ciudadanos.

En efecto, a ratos confundimos la opinión pública con la opinión "publicada", poniendo demasiada atención en una minoría que monopoliza el debate político y quizás mal interpretando el interés de esa otra mayoría silenciosa, la que ahora sí deberá pronunciarse en la mejor y más fidedigna encuesta de toda democracia, que justamente son las elecciones. Y de cara al primero de estos procesos, confieso que me ilusiona que estemos ad portas de enfrentar una de las decisiones más importantes que puede adoptar un país en toda su historia, que no es otra que definir qué derechos y bienes públicos, en qué calidad y cantidad, estamos dispuestos a garantizarles a todos los ciudadanos.

Pero en esta decisión no sólo será relevante el resultado, ya que el método también es el mensaje. Es decir, la forma y manera cómo abordemos esta deliberación será central para las posibilidades de su futuro éxito. Digo lo anterior, porque estoy convencido de que la ausencia de legitimidad social es lo central que subyace a esta crisis; lo que, entre otras cosas, da cuenta de la anomia, ajenidad y desdén hacia las actuales normas que regulan nuestra convivencia. Por lo mismo, sólo un proceso de deliberación colectiva, ojalá lo más amplio y participativo posible, es lo que puede permitir el reencuentro en torno a un nuevo pacto político, económico y social; donde esa mayor pertenencia no sólo asiente los principales acuerdos que nos convocan, sino también redunde en el compromiso que tendremos para el cumplimiento de las obligaciones que lo sustentan.

Y salvo que medie un hecho extraordinario, el 25 de octubre se dará inicio a este proceso. Lo cual, e independiente de nuestra valoración del mismo o posición política, nos lleva a una importante pregunta: ¿seguiremos sólo denunciando y exacerbando sus dificultades, alentando así su eventual fracaso; o, por el contrario, haremos nuestros máximos esfuerzos por intentar corregir estos problemas, para que así esta decisión y deliberación se desarrollen de la forma más amplia y democrática posible? En lo que mí respecta, creo que lo correcto es ser parte de esto último.

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