Axel Kaiser

La estatolatría

Axel Kaiser Director Ejecutivo Fundación Para el Progreso

Por: Axel Kaiser | Publicado: Martes 18 de octubre de 2016 a las 04:00 hrs.
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El Estado, escribió Bastiat, es esa gran ficción en virtud de la cual todo el mundo quiere vivir a expensas de todos los demás. En la tradición francesa, que lamentablemente heredamos en nuestra región, el Estado, explicó el mismo Bastiat, se convirtió en una especie de Dios del cual cabe esperar todos los beneficios humanos imaginables. Francia, profetizó quien fuera probablemente el economista más didáctico que ha vivido, estaría condenada a caer una y otra vez en la revolución debido al fracaso del Estado omniprovidente en cumplir con las expectativas generadas por su divinificación.

La estatolatría, que no es más que una adoración irreflexiva de la idea llamada Estado, ha reemplazado, enseñó Carl Jung, a la religión con su promesa de una trascendencia y recompensa más allá de este mundo. El Estado se ha convertido así en el objeto de culto, en la figura a la que se recurre cada vez que hay algún problema, en el poseedor de todas las respuestas a los dilemas de la existencia social. Su sabiduría, ensañaba Rousseau, es infalible y su esencia, argumentó Hegel, la expresión del espíritu divino sobre la tierra. Probablemente ninguna fe sea más inquebrantable y contagiosa que la fe en el Estado. No importa cuántas guerras fabrique, cuántos campos de concentración construya, cuántos millones de muertos cueste, cuántos esclavizados alcance, cuánta miseria genere, cuántos recursos despilfarre y se roben sus funcionarios o cuántos niños mueran en sus dependencias supuestamente encargadas de cuidarlos, el estatólatra jamás podrá romper el paradigma de que el Estado es la solución. Todo lo anterior, dirá, es porque no lo administraron las personas correctas, porque faltó democracia y sobre todo, este es su favorito, porque no tuvo suficientes recursos. Por cada fracaso o problema creado por el Estado la respuesta es más Estado, más impuestos, más regulación, más burócratas inútiles y programas que condenan a la gente a la dependencia de políticos demagogos.

Esto no distingue entre derecha e izquierda, pues ambos, salvo excepciones, creen en el poder mágico del Estado o al menos están dispuestos a reafirmar esa mitología para ganar elecciones. Si las pensiones son bajas, jamás se diga la verdad, a saber, que estas lo son porque los salarios son bajos y estos a la vez son bajos porque los trabajadores, aunque muy esforzados, son poco productivos. Ni se diga tampoco que son bajas por las lagunas de cotización o el aumento de las expectativas de vida, etc. Mejor hacer como que el Estado, ese demiurgo, puede mejorar las pensiones con solo chistar sus mágicos dedos sin generar un costo mayor que el beneficio que ofrecerá. Si la educación es pésima, no digamos que es porque el Estado no es más que un grupo de seres humanos de carne y hueso que persigue su interés como cualquier otro y que los sindicatos de profesores capturan el sistema tomando de rehenes a los alumnos para incrementar su lucro. Mejor culpemos a la educación privada e intentemos eliminarla y quejémonos de que falta todavía más plata. Si la delincuencia se desboca no se reconozca que incluso en su deber más fundamental el Estado es incapaz de cumplirle a los ciudadanos y culpemos a la desigualdad, a la sociedad del consumo y, por su puesto, a que falta más plata. Si la salud es pésima no se acepte que el sistema es un vergonzoso despilfarro también capturado por grupos de interés que hacen imposible una administración razonable de los siempre escasos recursos. No. Mejor transmitamos que hay que cargarse a las Isapres y que obviamente, falta más plata.

Así, suma y sigue un discurso incapaz de cuestionarse su premisa más fundamental aún cuando toda su falsedad revienta, obscenamente muchas veces, en su propia cara. Falta más Estado dicen los estatólatras, si solo tenemos más todo va a mejorar.Ni hablar de la sociedad civil como motor fundamental de la solución de problemas sociales, mucho menos de responsabilidad personal y, Dios lo impida, del mercado como fuente de progreso universal. Los que creemos en la libertad personal en lugar de la compulsión estatal desafiamos así una mitología difícil de vencer. Sabemos, como pensaba Tocqueville, que la libertad es el espacio del mercado y de la sociedad civil y que estos resuelven mucho mejor que el Estado la mayoría de los problemas que nos aquejan. Y también reconocemos sus limitaciones. Por eso jamás se ha visto a un liberal clásico proponer una utopía mientras socialistas y fascistas por igual han hecho del Estado la inspiración inagotable de las suyas.

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