El enfoque Chicago y la discusión de la reforma previsional
Profesor titular, Escuela de Administración Pontificia Universidad Católica de Chile
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Matko Koljatic
El anuncio de que en la discusión de la reforma previsional participarán el gobierno, el oficialismo y la oposición es una buena noticia, ya que implica que se vuelve a la política de la búsqueda de consensos políticos. Sin embargo, la gestación de esta reforma muestra el mismo síndrome maligno que ha caracterizado a todas las reformas que ha intentado hacer el gobierno de la Presidenta Bachelet: la falta de estudios previos que respalden las iniciativas presentadas.
Como en un acto de magia aparecieron un conjunto de ideas, cuyo origen se desconoce, en búsqueda de respaldo político y académico. Las propuestas de la comisión Bravo se abandonan ante la presión de la calle y nos encontramos con preguntas que no tienen respuesta: ¿cuál puede ser el efecto sobre el empleo del impuesto al trabajo que se quiere establecer –a la antigua- con el pago de imposiciones por parte de los empleadores? ¿Cuáles son las consecuencias de igualar las tasas de mortalidad de hombres y mujeres? ¿En qué instrumentos se invertirán los fondos o simplemente se repartirá la recaudación? Estas y otras preguntas no tienen respuesta por el momento.
¿Qué podemos esperar de la discusión que viene? Sobre la base de la experiencia de las reformas anteriores desgraciadamente poco más que un montón de opiniones, sin fundamentos en proyecciones actuariales, por el que se instalará un cambio costoso y profundo del sistema de pensiones cuyos resultados serán imprevisibles. Como ha sido la norma, primarán los “voluntarismos ideológicos” que ya conocimos en las reformas tributaria, educacional y laboral.
¿Hay una forma distinta de hacer economía política? El libro “La Escuela de Chicago”, editado por el profesor Francisco Rosende, lanzado en su segunda edición por la Editorial UC hace pocos días, nos presenta otro camino alternativo: el del rigor científico en el debate de las ideas con la exigencia de probar las hipótesis en forma empírica. Este estilo de trabajo intelectual es el que imperaba en el departamento de Economía de la Universidad de Chicago, donde decenas de estudiantes chilenos fueron a estudiar sus postgrados a partir de fines de la década de los ’50.
La historia es conocida. En 1957, con financiamiento de USAID, se firma un convenio entre las Universidades de Chicago y Católica de Chile por el cual se instaura un sistema de becas de postgrado para estudiar administración y economía en la universidad norteamericana para estudiantes provenientes de la UC. Además, se financian estadías de profesores de economía de Chicago en nuestro país para instalar el CIEUC, un centro de investigaciones económicas.
Tuve el privilegio de ser alumno de los “Chicago Boys”, como se los llamó, en la década de los ´60 en la UC y de vivir la revolución de excelencia académica que trajeron de Chicago. El contexto de país en que estudiábamos era terrible, ya que la pobreza y la indigencia eran masivas – el “best seller” económico de esos años era el libro “En vez de la miseria” de Jorge Ahumada–, la inflación era incontrolable y se sucedían las crisis de balanza de pagos. Estudiábamos para entender las causas de esos problemas y las posibles soluciones, ya no sobre la base de intuiciones, sino de la evidencia que surgía de las políticas comparadas y de las enseñanzas de la teoría económica. Más allá de la caricatura que a menudo se hace sobre el “enfoque Chicago”, su contribución al desarrollo del país es indudable: muchos problemas fueron diagnosticados y hoy sabemos cómo deben ser manejados, particularmente en el ámbito de la macroeconomía, en el que Francisco Rosende ha hecho un aporte crucial.
Que quedan problemas por solucionar es incuestionable –entre ellos el de las pensiones indignas que aquejan a tantos miles de compatriotas– , pero ello no debiera ser obstáculo para utilizar como método de solución aquello que nos dio buenos resultados en las últimas décadas: los consensos políticos para establecer prioridades y la buena economía, entendida como el uso eficiente y eficaz de los recursos.